domingo, 23 de junio de 2013

Terapia para los hijos del psicólogo.


Aun estando sola, me desnudo con la puerta cerrada.
 Aquí, la extraña sigo siendo yo misma.



Empiezo a cogerle el truco a los magos callejeros que regalan poesía. Elige; la muerte o la vida. Dos putas encerradas en un puño. Puños muy suaves. Hostias de gigante. Pies diminutos.
La absurda manía de forrar todo lo importante, cuando  tendríamos que desgastarlo. Comer lasaña 30 días seguidos, una sola canción en continua repetición. Labios en carne viva. Comprar  muchas bragas iguales.
Pero.
 Eso no lo hacen las chicas buenas.
 Hay que acumular y conservar. Latas con fechas de caducidad (la metáfora de nuestras vidas).
Un pianista con su lata. Caducada. Y abre fácil. “Pero es que esta no me gusta”. Amor, con tanta comida y pasas hambre.
Fórrate el corazón. Que huela a plástico.
Cómo no vamos a estar en crisis si estamos forrados. Miradnos. Se nos salen los besos de los bolsillos.
Besos en monederos y billeteras, en las manos, en los bancos de madera, saliendo por los cuellos de la camisa. Muchos besos debajo del colchón. Plan de pensiones de besos (jubilados cogidos de la mano y felices). Paraísos fiscales de los besos.  Emilio Botín haciendo de Cupido a jornada partida. Especulamos hasta con lo más bonito. Claro, Judas también sabía querer a su manera.

La magia de dar sentido a un día de resaca. La magia de todas las manos que nos han tocado.
Los cojones.
Somos billetes de cinco euros manipulados y rotos.
Copiar lecciones de vida en un examen es una verdadera putada. Los libros de autoayuda no sirven de nada. Cortase con el papel y sangrar, mucho. Y no basta.
Hay que estar muy loco para construirnos todos de la nada.
Como  un living las vegas.
Jugar. Jugarnos, jugárnosla.
Apostar poco y perder mucho. Unas veces se gana y otras se aprende. Mentira.
Nadie se resiste a un desierto tan de colores. Y tan triste. Como una niña llorando con un vestido de flores. A veces pienso que deberían prohibirlas.
Quiero decir, nunca he jugado a las tragaperras, ni  tampoco nunca una zorra me ha gritado con rabia, pero me sabía de memoria eso de las musas baratas. Por lo poco que me costaba imaginarlas.
Viajar a las Vegas solo para llorar de pena. Alegrarse por la decadencia.
 Perder el avión y coger otro cualquiera. Hay que estar muy loco.  Para que quieran revivirme de cada sueño. Desfibriladores a las ocho en punto de la mañana.
 Tenemos que estar muy locos si no irrumpimos con urgencia en los hospitales para besar a todos los enfermos. Besar cicatrices de apendicitis. Besar tibias rotas. Agujeros de bala. Besar la frente de un esquizofrénico. Aplaudir a los valientes del depósito de cadáveres.
Del coma se sale follando, profundo. Del cómo, solo en un estado norteamericano no lo consideran delito. Las arritmias apenas son mamadas de atención. Y joder, a veces siento como si me fuera a explotar algo. Ojalá el corazón y no la cabeza.
Relájate, me dijo. Total, ya estamos perdidos.  Desde el momento en que empezamos a sujetar el pelo de los que vomitaban y sin embargo, no lo hicimos con ellos.

Esto iba de los miedos, y he acabado dándome muchísimo miedo a mí misma.
Somos conservas caducadas. Somos billetes rotos de cinco euros. Somos Las Vegas en pleno apagón. Las ganas de llorar incontrolables.  Somos artificiales; una vasectomía con condón. Somos lo que no apostamos. Todo a lo que no nos atrevemos. La ganas de huir.
Somos el dolor de cabeza de Jack. El sueldo de un psicólogo.
 Los estudios universitarios de los hijos del psicólogo. Me pregunto, ¿Quién les hará terapia a ellos?


-H-

“Y descarto llamarte mi vida porque tú vales mucho más que este desastre”