domingo, 22 de septiembre de 2013

La historia inacabada de la mujer planeta.



Existe, en unas coordenadas imposibles de alguna galaxia improbable, la religiosa certeza de las curvas de la mujer planeta. La misma que le declaró la guerra un día, cielo a cielo, a los cometas que me volaban la cabeza. Cuando pasaban: tres segundos eran suficientes para crear un poema.

Eran días de borrachos en un universo vestido de fiesta. Andábamos elípticas y paralelas, sin notarnos, en un sencillo baile de astros desconocidos y rastros de ron-cola con descosidos. 
Yo era un sol con complejo de noveno puesto en su sistema solar. Un Plutón desprestigiado y frío, pequeñito, que solo se atrevía a abrir la boca en el más absoluto silencio cósmico ante ese metro ochenta de terrible mujer planeta. Y vibrarme en cada movimiento de su rotación. Un fenómeno paranormal acelerado. Sujeto de cualquier ansiado estudio astronómico por lo raro de su atmósfera y cómo su olor me hacía sentir en casa aun estando a años luz de mi constelación.

Por eso me entenderán cuando les digo que no tuve otra opción. Con toda la comunidad científica en contra logré cambiar las leyes de la física en un intento suicida y sin escafandra de convertirme en su sol satélite, girando y contento alrededor de ella.
Espectador de cada curva de las carreteras interminables de su superficie. De la anarquía domesticada de sus animales  más salvajes. De cómo se sabía dueña de la oscuridad del espacio paseándose tranquila y desnuda sobre ella.

Y fui, porque tenía que ser, la primera estrella que se mordió el labio por todos sus volcanes en erupción. La primera que creyó en la resurrección de los extintos. En esa contaminación incipiente que la hacía sucia y bonita a partes iguales. Y no me hagáis hablar de sus mares y de todo el vapor que se forma cuando se mezclan con mi fuego. Ni de cómo planeé colonizar cada una de sus montañas para luego agachar, avergonzada, la cabeza por haber querido ser dueña de tanta belleza.
Eso éramos, la terrible mujer planeta y un pobre sol satélite, follamándose por culpa de alguna ley de atracción y de un par de teorías de cuerdas.

Dos puntitos de luz en medio de la nada, como siempre habían sido, como siempre se bastaban. Quemándose y ardiendo. Jodiendo a la gravedad si nos abrazábamos. Confundiendo un abrir de piernas con el despegue de mil cohetes. Tus dedos, con todo el recorrido de la vía láctea y cualquier cráter extraterrestre con tu boca.

Soy capaz de verte en cada rincón de este jodido planeta, porque mi planeta eres tú.






                                           foto rápida, no se fuera a escapar.



-H-

jueves, 12 de septiembre de 2013


Puede ser que la lluvia nos eche de menos
y por eso llore con más ganas.
Puede que sea cierto eso del cloroformo de mis manos
y te juro que verte dormir es lo que cualquiera hubiera soñado
con los ojos muy abiertos,
mientras te estremeces dando a entender
que todos los secretos de universo corren por tus nervios.

Y me quedo mirándote muy cerca
Que no quiero que olvides mi cara
Que me duele irme lejos.

Tan de verdad.

Como causas irreparables de esta suerte tan nuestra,
de esta magia que cala, tan dentro como fuera.

Tan cierto como nosotras
y cómo hoy no he sido capaz de salir a mojarme sin ti.
La forma en la que he escuchado los golpes contra el suelo
y no he deseado con fuerzas su choque.
La forma en que me he quedado en el límite
entre un espectador que no colabora
y un loco al que le sobra toda la ropa.

Tan cierto, que me he asustado porque no estabas.
Porque he comprendido la nostalgia anticipada.
Porque es imposible y tan justo no tenernos cerca.
Porque te escribo preguntas
y  necesito que me prometas, que si fallo, no resta.

Que  solo puedo fijarme en la interrogación de tu espalda.
En la risa tonta de las gotas echando carreras
para quedar todas últimas y ser testigos
De ciertos milagros a ciertas horas
cuando el sudor se mezcla de frío.

Cómo no voy a tenerte miedo, si has sido capaz de llevártelo todo,
si  tus labios son de las pocas verdades que no me cuestiono.
Que la paz de mi cama duerme en tus manos
y por tus manos declararía miles de guerras
a todos los cuerpos que nunca han estado.

Que lo que escuchas no son truenos
es que me estaba rompiendo es trocitos desiguales y muy pequeños.

Y ya se que la lluvia no nos hace poetas
pero nos pone de un tonto impresionante.
Y  yo no me salvo, por voluntad propia,
desde que soy musa en tus uñas
y de algunas de tus notas.

Arañando a la muerte en cada vida de esta sucia ciudad
por donde te he seguido
Aprendiendo que la moral mejor por los suelos.
A cielo abierto,
al ras de tus bragas
y al ras de tu vuelo.




“¿Y si fundimos el olor de las dos
sudando amor bajo la lluvia?”
A veces, desearía poder convertirme en  signo de puntuación y saber abrazar tus frases de esta manera.



-H-

Mi herida.


Tengo una herida capaz de enamorarse
en voz alta,
un mínimo de cien veces  distintas al día.
Tengo una herida capaz de enamorase
cuando en los bares los enfermos callan y
los puntos de aproximación de tus cervezas,
que poco a poco se alejan
saltan a un vacío lleno de voces
que gritan:                       
Tengo una herida
Y le escuece tu nombre.


-H-