martes, 17 de enero de 2012

Ahora coge sus tacones y la noche empieza a arder...


 Pequeña, te has acostumbrado a la triste llama de tu mechero. A alumbrar tu mundo de fantasmas con esta luz tan suave y tan tenue, que se te ha quedado pequeño.
La triste llama con la que solo alcanzas a ver dos gemidos más allá de tus manos, mojadas en la inoportuna costumbre de saltar sobre los charcos para que te salpique el reflejo de la luna. Esa que prometió tanto en sus noches más húmedas.
¿Qué esperabas de este triste mechero? Si no va a traspasar tu pantalón, ni tu piel, ni tus huesos. Y no se va a alojar en el motel de tu cintura. No va a derretir el bloque de hielo de tu pecho, ni aun cuando sabes que en tu cabeza ya está hirviendo. Cada vez que se muerde el labio y mira al cielo. Y solo te dan ganas de lanzarlo a lo más alto y decirle que es una estrella.
Mira, a lo mejor cuela. Si no, siempre te queda ese puto milagro que supone hacerla reír. Y que luego no sepas donde meterte para que no descubra la estúpida sonrisa que se ha colgado de tu boca.
Además pequeña, tienes el vicio de pensar que todas las musas piden fuego, y tú ni siquiera  fumas.
Así que decides llevarlo siempre encima por si alguna  decide consumirse en tus cenizas una noche cualquiera de la vida de este triste mechero.
Para que el poco gas que queda explote y por la mañana, todo huela a piel y a ropa quemada.
Y a ganas en la almohada.



-H-

<<La inspiración siempre se lleva a cambio trocitos de nuestros dedos rotos>>. Saudade

jueves, 5 de enero de 2012

Vista a fin de siglo.



Antes de que este año siga gastando la arena de su reloj. Antes de que avancen las estaciones y  descubran cómo nuevas lenguas recorren mi cuello mientras me arqueo sobre las sábanas erizadas. Antes de tachar las cruces rojas de un calendario que resultó no ser tu espalda. De seguir con esta puta locura de invierno precalentado, y de que me olvide de esos ojos para buscar aire en otros.
Antes de todo eso voy a parame. A dar una patada a las hojas de encima de la mesa y a mirar el último año que me ha caducado. Voy a revisar cada día de esa puta carrera a contrarreloj y voy a dejar que se me anclen en la memoria, y me los voy a arrancar muy despacio para que duelan o me hagan sentir el placer más indescriptible del mundo.
Como quitarse trescientas sesenta y cinco tiritas a cámara lenta y el último día sonreír porque, necesarias o no, valieron la pena.
Porque me quedo con este año sin duda.  Por la eterna Ilíada en mi cabeza y las guerras de palabras. Por los días de agosto en que las nubes escurrían el sudor de los colchones. Por clavarme mil agujas para liberar presión y temblar desnuda ante vosotras. Por darle tragos tan largos a septiembre que pronto se me subió a la cabeza y la resaca fue terrible. Tanto como para emborronar lo que quedaban en mis ganas de latir diciembre.
Por el éxtasis de llegar a lo más alto y asomarme al abismo. Por la caída libre que haga que se retuerza cada parte de mi cuerpo y la hostia de tener rotos los frenos. Volver a subir. Pegármela más fuerte.
Por esto me quedo con todos los meses. Con todas las miradas mantenidas que luego huyeron a esconderse en un rincón oscuro dándole luz con esa pequeña sonrisa. Y si las musas no saben morir, que no mueran. No me importa que miren mientras les saco el lado más cabrón de sus miedos soñando con otras.



-H-