domingo, 25 de noviembre de 2012

Declaración de amor propio nº1



http://www.youtube.com/watch?v=_s9dxrkzbsI (leer con esta canción de fondo... y volar)



Nos conocimos el día que aprendí a re-conocerme en un espejo. Y nos miramos con los mismos ojos. Nos pensamos a la vez. Y supimos exactamente lo que pensábamos la una de la otra. Nos dimos cuenta y fue como en una foto. Y su negativo, aunque siempre sonriendo.

Sonriendo porque no nos hacía falta imaginarnos. Nosotras nos sabíamos. Nos sabíamos en cada marca de expresión. En cada bandera con la que nos separábamos las piernas y trozos de corazón e índice que se quedaron por el camino. Y nos sabíamos en cada herida. Porque siempre las llevábamos encima, intentando taparlas con orgullo, como ganadoras de una guerra sin supervivientes. Y en el fondo nos gusta, lo de sentirnos heridas, y creernos capaces de adelantar a todos esos muertos que siguen haciendo cola para poder sentir algo. Porque estar vivas es que duela y aquí hemos venido a matarnos viviendo.

Así que ahí estábamos nosotras y simétricas. Nos vimos tan pequeñas que las ganas de abrazarnos fueron mayores que la fuerza del cristal. Y un muro muy frío que nos lo impedía. Entonces empezamos a suplicar con caras caídas de pena y abiertas de brazos en las espaldas. En las calles y en las niñas guapas. Pero sobretodo en las barras, que los corazones grandes se llenan muy pronto y el mío (el nuestro) tiene una facilidad enorme para enamorarse de todas las desconocidas. Aunque admitirlo sería hacer lo mismo con el resto. Y yo eso nunca, ya sabemos que no hay principio ni final, sino lo que nos queramos ir contando. Y es que somos de hablar poco (la del espejo y yo). Somos más de dedos que de boca, somos bofetadas que poco a poco se convirtieron en caricias. En querernos. En arte. A estas horas de la noche hay pocas cosas que podamos hacer tú y yo, cariño, a las que no se les pueda llamar arte.

Amor, eres de la única de la que no huyo, que si lo hago no me veo. Contigo no me valen las fiestas de bienhuidas donde bailan todas. Contigo me apetece sofá y peli. Rozarnos el pie derecho con el izquierdo, y buscarte entre las frases subrayadas de mis libros.

Que yo lo sé de ti todo, y a veces hasta me sorprendo. Y me desconozco. Y no es sin ella(s), es tú y yo y el miedo horrible a la palabra “sola”.  Es el morbo de llamar rescate a este salvarnos mutuamente besando el ego.

Yo aquí he venido a hacer una excepción de reglas ya rotas por otras. He venido a escribirme a mí misma. A follarme con palabras. A quererme un poco. Porque, joder, qué guapa estoy cuando lo hago.


-H-



“Qué sabrá Madrid de es-fumarse
ni de inter-caladas
si no le has fumado los labios,
si vive en constantes partidas y llegadas
y no soporta que mi patria
sean los versos de tus manos.”

miércoles, 14 de noviembre de 2012

...y en su cielo había una estrella que nos eclipsaba a todas.



Era como confundir el amor con el miedo a no tener una historia que contar entre cervezas y un << todas putas, todas musas>>. Era como buscarnos los abrazos e intentar oír la respiración de otra. Era como intentar emborracharnos para que quedase todo más claro.

Era pedirle al sol que le calentara menos que dos faros acercándose hacia ella a toda velocidad en mitad de la calle. A pesar de los miles de años luz del astro y la proximidad de un atropello. Eran tantas veces imaginando el golpe, que mira, el coche frenó.

Dio marcha atrás, calladito. Y muy muy despacio, mientras sonreía estúpidamente, se fue. Sin ruidos ni acelerones. Como una retirada justo a tiempo, un dedo en el gatillo, un cañón apuntando a sí mismo y un tiro con silenciador, todo seguido. Ella, ajena a su suerte, decidió mirar hacia arriba. Y vio nubes que eran meses y kilómetros y las odió. Preguntando cuándo volvería el calor que estaba tan lejos y que hacía tanto que no sentía, si vendría su estrella en forma de vuelo comercial por vacaciones. Allí se quedó, esperando. Quieta. En mitad de la calle. Con los ojos clavados en lo alto. Dejando pasar mujeres cometa y sin pedir deseos. Haciéndose daño en la retinas, y a saber en cuantos sitios más.

Fue como explicarnos las reglas del juego susurrándonos muy lento al oído y empezar la partida suicidándose. Empezar ya partidas.
Fue un “no puedo” señalándote las heridas del pecho en carne viva mientras yo, para equilibrar tanta sangre, abría más las mías.

Fue como estar en un desfile rodeadas de niñas rotas del que nos seguimos riendo y brindando por todos los trozos que nos clavamos.



-H-


“Y qué más da pedir un abrazo
queriendo un beso;

y vivir con las ganas 
y mentirles a ellas."