Sobre la suerte, perdona que no sepa nada
Yo me reparto las 12 (mil) uvas
en litros de vino durante el año.
Para que vengas
si me atraganto
con ese lazo del vestido que te convierte en regalo.
De ningún árbol.
Tengo
que
abrirte
Tampoco es nada nuevo,
éste despedirse
me sabe a tarde de domingo
de una semana de 365 días
sin ganas de ningún lunes.
Pero qué coño
vas a ser mi despropósito de año nuevo, amor.
¿Cómo dices que te llamas?
-H-
lunes, 31 de diciembre de 2012
miércoles, 26 de diciembre de 2012
Las chicas Mayas existen y se equivocan.
No es que
fuera el fin del mundo,
es que nos lo íbamos a acabar nosotrxs.
Ibamos a
repelarlo y a chupar la tapa,
porque el
resto nos la sudaba.
Equis fueron
Mis cambios
de planes.
Equis las
veces que mandamos todo
A la mierda.
Equis la marca
que me debes en el calendario
- Vuestro dolor de corazón
se me subió a la cabeza-
XX
la primera
vez que compré yerba
fue para
hacer reír a una chica.
Y anoche
acabé abrazando a Dani y gritando
MUCHO BROKEN
HEART VEO YO AQUÍ
Pero en
bajito, como nosotros
También nos
dieron las doce
No hubo
sangre
Ni gritos
Ni besos de
los de << un último deseo, guapa>>.
Creímos
fervientemente en algo muy gordo
y a
cambio
construimos
planes a largo plazo
Fuimos fe
durante un segundo
Y dedos
cruzados por la calle.
Pies arrastrando
el asfalto.
En la tierra
consuelo de muchos,
Aquí arriba,
con-techo para nosotros.
Asfixia, no sé
si me explico.
Y mucha
cerveza.
Todavía no
se respirar en un vaso.
- Hasta el coño de botellas llenas
No es que
fuera el fin del mundo,
Es que nos
lo íbamos a fumar
Y a tirar
los restos de esta noche tan rara
No es que
fuera
es que dentro -aquí-
es que dentro -aquí-
los
abrazos siguen moviendo el mundo
De los mudos
De los nudos
-H-
-H-
domingo, 25 de noviembre de 2012
Declaración de amor propio nº1
http://www.youtube.com/watch?v=_s9dxrkzbsI (leer con esta canción de fondo... y volar)
Nos conocimos el día que aprendí
a re-conocerme en un espejo. Y nos miramos con los mismos ojos. Nos pensamos a
la vez. Y supimos exactamente lo que pensábamos la una de la otra. Nos dimos
cuenta y fue como en una foto. Y su negativo, aunque siempre sonriendo.
Sonriendo porque no nos hacía
falta imaginarnos. Nosotras nos sabíamos. Nos sabíamos en cada marca de
expresión. En cada bandera con la que nos separábamos las piernas y trozos de
corazón e índice que se quedaron por el camino. Y nos sabíamos en cada herida. Porque siempre las llevábamos
encima, intentando taparlas con orgullo, como ganadoras de una guerra sin
supervivientes. Y en el fondo nos gusta, lo de sentirnos heridas, y creernos
capaces de adelantar a todos esos muertos que siguen haciendo cola para poder
sentir algo. Porque estar vivas es que duela y aquí hemos venido a matarnos
viviendo.
Así que ahí estábamos nosotras y
simétricas. Nos vimos tan pequeñas que las ganas de abrazarnos fueron mayores
que la fuerza del cristal. Y un muro muy frío que nos lo impedía. Entonces
empezamos a suplicar con caras caídas de pena y abiertas de brazos en las
espaldas. En las calles y en las niñas guapas. Pero sobretodo en las barras,
que los corazones grandes se llenan muy pronto y el mío (el nuestro) tiene una
facilidad enorme para enamorarse de todas las desconocidas. Aunque admitirlo
sería hacer lo mismo con el resto. Y yo eso nunca, ya sabemos que no hay
principio ni final, sino lo que nos queramos ir contando. Y es que somos de
hablar poco (la del espejo y yo). Somos más de dedos que de boca, somos bofetadas
que poco a poco se convirtieron en caricias. En querernos. En arte. A estas
horas de la noche hay pocas cosas que podamos hacer tú y yo, cariño, a las que
no se les pueda llamar arte.
Amor, eres de la única de la que
no huyo, que si lo hago no me veo. Contigo no me valen las fiestas de
bienhuidas donde bailan todas. Contigo me apetece sofá y peli. Rozarnos el pie
derecho con el izquierdo, y buscarte entre las frases subrayadas de mis libros.
Que yo lo sé de ti todo, y a
veces hasta me sorprendo. Y me desconozco. Y no es sin ella(s), es tú y yo y el
miedo horrible a la palabra “sola”. Es
el morbo de llamar rescate a este salvarnos mutuamente besando el ego.
Yo aquí he venido a hacer una
excepción de reglas ya rotas por otras. He venido a escribirme a mí misma. A
follarme con palabras. A quererme un poco. Porque, joder, qué guapa estoy
cuando lo hago.
-H-
“Qué sabrá Madrid de
es-fumarse
ni de inter-caladas
si no le has fumado los labios,
si vive en constantes partidas y llegadas
y no soporta que mi patria
sean los versos de tus manos.”
ni de inter-caladas
si no le has fumado los labios,
si vive en constantes partidas y llegadas
y no soporta que mi patria
sean los versos de tus manos.”
miércoles, 14 de noviembre de 2012
...y en su cielo había una estrella que nos eclipsaba a todas.
Era como confundir el amor con el
miedo a no tener una historia que contar entre cervezas y un << todas
putas, todas musas>>. Era como buscarnos los abrazos e intentar oír la
respiración de otra. Era como intentar emborracharnos para que quedase todo más
claro.
Era pedirle al sol que le
calentara menos que dos faros acercándose hacia ella a toda velocidad en mitad
de la calle. A pesar de los miles de años luz del astro y la proximidad de un
atropello. Eran tantas veces imaginando el golpe, que mira, el coche frenó.
Dio marcha atrás, calladito. Y
muy muy despacio, mientras sonreía estúpidamente, se fue. Sin ruidos ni
acelerones. Como una retirada justo a tiempo, un dedo en el gatillo, un cañón
apuntando a sí mismo y un tiro con silenciador, todo seguido. Ella, ajena a su
suerte, decidió mirar hacia arriba. Y vio nubes que eran meses y kilómetros y
las odió. Preguntando cuándo volvería el calor que estaba tan lejos y que hacía
tanto que no sentía, si vendría su estrella en forma de vuelo comercial por
vacaciones. Allí se quedó, esperando. Quieta. En mitad de la calle. Con los
ojos clavados en lo alto. Dejando pasar mujeres cometa y sin pedir deseos. Haciéndose
daño en la retinas, y a saber en cuantos sitios más.
Fue como explicarnos las reglas
del juego susurrándonos muy lento al oído y empezar la partida suicidándose.
Empezar ya partidas.
Fue un “no puedo” señalándote las
heridas del pecho en carne viva mientras yo, para equilibrar tanta sangre, abría
más las mías.
Fue como estar en un desfile rodeadas de niñas
rotas del que nos seguimos riendo y brindando por todos los trozos que nos
clavamos.
-H-
“Y qué más da pedir un abrazoqueriendo un beso;
y vivir con las ganas
y mentirles a ellas."
viernes, 2 de noviembre de 2012
martes, 23 de octubre de 2012
Me llamó sol y me imaginé parte de su cielo.
<< ¿A quién echarán de
menos los domingos para ser tan nostálgicos?>> te pregunté hace unas semanas. Y mira que ni llovía ni
hacía frío, porque ya nos encargamos nosotras de llovernos y calentarnos a
lenguas y lenguas de distancia. Entonces supongo, que hoy te echan de menos a
ti.
Eh, pero no nos asustemos por
bailar así de lentos, es la insoportable levedad que se está llenando los
bolsillos de piedras y pesa. Y se vuelve a insoportable carga y nos estrella
contra la tierra, y ojalá que de ahí nunca nos levanten. Solo para volar hasta
tu cuarto. Que joder, que alto vives y que grande me quedas. Tranquila que
trepo y te inspiro alto – el cuello -, ya me di cuenta de lo bien que te
sientan las cosas pequeñas entre los brazos.
Y en realidad el miedo. Que yo
soy muy de correr, hacia atrás. Aunque diga que no, aunque te diga que despacio, nunca me ha
gustado tanto la velocidad como ahora. Nunca he deseado tanto estrellarme y no
contra ti sino entre nosotras. Jugar a estrellarnos y acabar haciéndolo. Luego,
entre los restos del choque te paras, y fumas, y te los lías como si fueran
pequeñas obras de arte. Con la dedicación de cambiarles todas las cuerdas a la
guitarra o como yo te miro el culo cuando me das la espalda. Así claro, a mí me dan ganas de convertir las
paredes en papel y liarte y fumarte condenando mis pulmones a tu veneno, al
mono de no leerte. El cómo te mueves cuando te quemas y me desconcentras.
No me acostumbro a hablar en
presente, ni quiero, pero las huellas de tus dedos siguen en el capó y en mi
manos solo hay arañazos que te guardan el sitio hasta que vuelvas a ponerme de
puntillas y nos den las seis y un par de hostias. Y embriagarnos en una bonita canción improvisada.
El vacío era el vacío
y si no hay drama no hay teclas
ni tinta ni nada.
Y vuelvo porque un día ella no
me besó y yo,
me cagué de miedo.
-H-
martes, 26 de junio de 2012
La fée qui voudrait voler mais ne le peut pas...
No podría decir exactamente qué edad tenía, ni de dónde era ni cómo
había aparecido en mi vida. No podría
explicar tampoco esas formas, y esa
mirada y esas ojeras. Esa manera de escribir mientras todo el pelo se le caía
sobre la cara y cómo se llevaba el lápiz
al labio superior mientras suspiraba encogiéndose de hombros. Y mis ganas de
decirle VEN.
A veces tenía ese aspecto de musa, de esas que han vivido desde
siempre y que llevan a sus espaldas años y años, noches y noches sin dormir.
Ese era el secreto, me confesó <<nunca duermo cuando hay estrellas en el cielo. Sería
imposible. Qué desperdicio>>.
Claro, luego me miraba con esa cara, que congelaba el tiempo. Esa cara
de niña y esas ojeras milenarias. Que se contradecían. Yo también empecé a
dormir por el día. Al principio solo era para hacerle compañía y para mirarla
desde la otra punta de la cama. Más
tarde quedábamos en el centro de las sábanas y nos contábamos historias, casi
todas mentira, como esta.
Su voz nunca se correspondía con la fuerza de su cuerpo, como
intentando evitar las cosas inevitables que había que decir. Quizás por eso le
gustase tanto la oscuridad, porque todo es un poco menos verdad, y menos real,
y más camas deshechas. Sin orden, y con miles de utopías que estaba dispuesta a
vivir con los ojos abiertos.
Ella me contaba el libro de su vida, cada noche un poquito, capítulo a
capítulo, y yo, lamía sus heridas, más por adicción a la sangre ajena que para
curarlas. Pero la escuchaba, y eso se me daba bastante bien. A veces quería ser
yo quien le contara cuentos, y le acariciara el pelo, pero me callaba, porque
nuestros silencios eran de esos que hacen demasiado ruido. Nuestros silencios
eran bombas de relojería compactadas en cuatro pupilas y muchos dedos.
Una de esas noches me dijo que por las mañanas, cuando dormía(mos) y
el calor la ahogaba soñaba con hadas. Que ella todavía creía en hadas. En
princesas, hadas, y otras putas, claro. Princesas que provocaban guerras en países
lejanos. Que mientras los príncipes les hablaban ellas fantaseaban con el culo de la doncella
y hadas que, en sus cuentos, se follaban unas a otras hasta que no tenían fuerzas para volar.
También me dijo que se alimentaba de sueños rotos y por eso, pensé, se
había quedado tan delgada.
Pasaban los días, y cientos de noches, y llegó la revolución de las
contradicciones y contra-adicciones. Nosotras mismas nos habíamos convertido en hadas que por las mañanas se echaban polvos mágicos, y por las noches, sin
prisa, hacían el amor.
Por primera vez tuvimos miedo. De haberlo idealizado todo, de ser más teatro que otra cosa. De haber ridiculizado nuestra habitación en Roma, o París. Miedo al futuro de conocerse por completo, de que se acabaran los capítulos que contarnos y miedo por esos sueños que son como la madera y en vez de quemarse, se secan.
Decidí, como siempre, huir. Sólo le dejé una nota entre sus libros; Todo lo que no es mío, ya sabes, lo escribo entre comillas, como "TÚ".
Y empecé a fingir dormir por las noches. ¿Cuántas ovejas necesito para volver a soñar contigo?
Por primera vez tuvimos miedo. De haberlo idealizado todo, de ser más teatro que otra cosa. De haber ridiculizado nuestra habitación en Roma, o París. Miedo al futuro de conocerse por completo, de que se acabaran los capítulos que contarnos y miedo por esos sueños que son como la madera y en vez de quemarse, se secan.
Decidí, como siempre, huir. Sólo le dejé una nota entre sus libros; Todo lo que no es mío, ya sabes, lo escribo entre comillas, como "TÚ".
Y empecé a fingir dormir por las noches. ¿Cuántas ovejas necesito para volver a soñar contigo?
“Al final siempre quedamos tu yo”
Escribió tuyo, sin conjunciones, como si hubiera algo
nuestro.
Sólo había sido una errata.
Preciosa.
Qué triste –pensé-.
-H-
lunes, 18 de junio de 2012
Historias de locos: Veinte días cumpliendo veinte.
Me van a dar las doce escribiendo e irremediablemente será dieciocho y yo llevaré veinte días cumpliendo veinte años. Desde que Celia me hizo llorar y descubrir que, posiblemente me esté volviendo más transparente de lo que creía. Y desde el << y cuando algo te pasa, algo te duele...se nota, no solo los que te conocen, sino en general, se apaga más de la mitad de la luz de la facultad>>
Al principio no entendí nada, o siga
sin entenderlo. Sin querer entender a qué cabeza kamikaze se le ha ocurrido
toda esta locura. La que me ha dejado una caja llena de regalos, recuerdos,
cartas y personas (Y un tutú rosa). Personas que se pueden escribir con
mayúsculas y en negrita, que son más corazón que otra cosa y que han tenido que
aguantar mis des-horarios, mi cara de enrealidadnomeestoyemocionando y mi puta
parálisis ante estas des-situaciones.
Después de Celia vinieron/vinisteis
todos los demás, con una oleada de cosas geniales y abrazos entre los brazos.
Que era lo que más necesitaba.
Faltan dos minutos para las doce, y
mientras me felicitais yo seguiré pensando en vosotros. Putos tarados mentales,
inconscientes, retrasados, tontos, cabrones, y simplemente preciosos
Me podría poner más sentimental o de todos
los colores y deciros a cada uno que me he quedado con vuestras caras. Que os
conozco y sé quien sois cuando estamos a solas (como vosotros a mí). Y podría
mentiros y decir que os voy a llenar de besos y palabras cara a cara. Sin
embargo os escribo, para haceros inmortales. Y más importantes. Y más grandes.
Que me habéis hecho sentir como una
cría, y no digo solo de estos últimos días, sino los anteriores y los que
quedan. Posiblemente me hayáis visto llorar, reír, enfadarme, poner cara de
gilipollas en las fotos, hacer la imbécil, caerme y…perdidainmediatadeladignidad,
tonta, yonki, irónica, odiable… posiblemente hayáis visto ya las mil caras de
Helena y ya sepáis eso de mi obsesión por volar. Y en serio que eso, no hay
forma de agradecerlo, porque yo me quedo pequeña para cosas tan grandes.
Que no sois normales, que
irremediablemente sois las putas tiritas de mis cicatrices y que también,
irremediablemente os quiero. Que sin
vosotros, las personas más especiales de mi vida, hubiera muerto. Hace tiempo.
(El rayo de sol que le da algo de luz
a este refugio acostumbrado siempre a dramas y cosas de niña triste)
También es el primer año
que no estas en casa para felicitarme,
y que te echo de menos.
También es el primer año
que no estas en casa para felicitarme,
y que te echo de menos.
-H-
martes, 22 de mayo de 2012
Alucinógena.
Tú tan droga dura y yo con tantas ganas de maltratar
mi
cuerpo con tu veneno.
Tú tan droga dura y yo tan blanda.
Tú tan droga dura y yo, con tanto mono.
(Parálisis)
(Parálisis)
( Más parálisis. Tú)
-H-
miércoles, 18 de abril de 2012
Dudas y deudas re-sueltas
Quién se atreve a poner límites a los espacios si es imposible acotarte, y el tiempo cerca de ti no existe. Si somos dos asíntotas que no llegaron a tocarse e irremediablemente tienden a caer hasta el infinito. Sobre todo yo, para que engañarnos.
Y mientras escribo se me escapa el tiempo entre los poros, y los suspiros. El tiempo que solo dedico a pensarte (aunque me lo estoy dejando, no creas). A escribirte a ratos y en intentar engañarte cogida de otras manos.
A anotar en esquinas de cuadernos viejos microrrelatos para microtardes de lluvia contigo. Y cuando llueva, a mí se me difuminará la tinta de los huesos mientras a ti te bailan otros brazos, y otros dedos.
Porque quién se atreve a vivir en la verdad. Quién tiene los huevos de no tirar de los momentos más dulces de mis recuerdos inventados. ¿Quién? Quien ha sido capaz de interpretar esta historia sin saltarse las páginas más importantes.
La culpa, si es que existe eso, es de las cartas. De los póker mal encubiertos y de las tristes parejas que apostaron sin serlo.
Qué hago yo jugando en los bares si a mí me tendrían que prohibir estos vicios tan fáciles de rendir culto. Si es que acaso me gusta bombardear miradas y aortas. Provocar arritmias. Robarlas.
Si yo lo que quería era que me arrastrasen tus pupilas antes de que fuera tarde. Que me conocieras las mil veces que puedo llegar a ser, y las mil formas de tocar que tengo. Te hubiera regalado teclas, notas y sin duda, te hubiera enseñado lo serio de saber reír. Lo mágico de los hoyuelos impares.
Sin embargo me agarré al vino, porque el vino y cualquier locura siempre van juntos.
Para mi sorpresa, noches después todavía podía sonreír. Al fin y al cabo me resisto a pensar que a nuestro punto y aparte no se le sumen algún día dos puntos suspensivos suicidas, que nos hagan grandes. Me hagan grande. Será el morbo de lo inalcanzable, de amar la inmoralidad y de seguir lanzando piedras en forma de guiños a tu ventana. Pero sin esperarte. Eso nunca. Nunca dejaré de creer en los pequeños enamoramientos de autobús (y otros sitios más oscuros) que se olvidan en la última parada. Donde posiblemente, rubia, no estés. Y yo seguiré anclando tu nombre al mío para, en un juego de palabras, hacernos simétricas.
…Yo siempre he sido más de volar, pero eso a quién le importa.
-H-
viernes, 16 de marzo de 2012
<< En realidad ella es una cobarde, por eso me cuesta captar su mirada >>
Todavía seguiría buscando un principio que diese ese tipo de hostias a la vista como lo haces tú. Una hostia por la que muchos pagarían y que yo retengo gratis en mi respiración cada vez que pasas como ausente de todo.
No me pidas que empiece nada de ti así, en frío. Nunca se me dio bien hacer prosa sobre tu pornografía, y eso que quizás mi imaginación me lleve polvos de ventaja.
Eres un suave enredo de sentimientos en una cabeza muy tocada. La causa de mis ideas algo precipitadas y de mi piel rajada. Eres el borde de un folio en blanco que corta dando a conocer su lado más oscuro. Un maldito abrazo cada veinticuatro horas calculado en milésimas de segundo y en milímetros de piel contra piel.
Y eres miedo entre semana. Que se convierte en pánico los viernes. Y odio, no sabes cuánto, a mis muñecas por creerse dueñas de mis manos. Por atarlas y no dejar que escapen trepando hacia ti, a través de todo el universo que desplazas a tu paso. Y odio a mis dedos por no creerse dueños de tu espalda. Por no fundir los raíles y las paradas de tren. Por no salvarte de la marea de gente que van y vienen sin mirar(te). Porque eres tan pequeña… Sin embargo se que no necesitas que ni yo ni nadie te salve. Al contrario, serías capaz de hacer resucitar hasta al más desgraciado con un leve movimiento.
Yo de momento me conformo con que vayamos entrando en calor poco a poco, y en el punto más álgido me vuelvas a empujar contra el metal. Que rompamos el mercurio por donde se rompen tus pantalones y me dejes ser la okupa de tus cremalleras mal cerradas cuando juegas a hacerte la interesante. Cuando me cortas la voz y me anudas la garganta. Cuando jugamos a pelearnos para aprovechar al máximo la fuerza de rozamiento. Cuando haces que no quiera perder el tiempo en otro sitio que no sea tu boca.
Podríamos ser dos animales en plena lucha esperando a que el otro ataque. Y podríamos convertir esto en la eterna espera. Mientras, descuartizo mis labios pensando en los tuyos.
-H-
domingo, 19 de febrero de 2012
Pensamiento cítrico.
[Un homenaje a los pequeños salvajes]
Suena el despertador y son las ocho y media. Es sábado. Pero ¿Qué hago despierto a estas horas? Entonces me acuerdo. Hoy toca excursión. Me levanto, me visto y hago un intento de peinarme, pero es demasiado temprano. Vuelvo a la habitación y allí están, mirándome desde la otra esquina de la sala, mis botas de suela desgastada. Me las pongo y me ato fuerte las cordoneras, entonces se me dibuja una tímida sonrisa en la cara. Una sonrisa que predice que hoy será un gran día.
Ya estamos todos en el autobús, dirigiéndonos hacia lo que será nuestra pequeña aventura de la semana. La verdad es que llevo muchos días sin ver a mis compañeros y quiero hablar con ellos. Quiero cantar, hacer el tonto y reírme. Quiero contarles todas las cosas que me han pasado desde que nos vimos por última vez, ponernos al día, abrazarnos… Pero algo hace que me abstraiga de esa atmósfera de de ruido y carcajadas. Algo que me lleva a apoyar la cabeza en la ventanilla y ponerme a pensar. En el por qué.
¿Por qué me gusta todo esto? ¿Por qué sigo haciendo esto después de tantos años? ¿Por qué me sigo ilusionando? ¿Por qué he aprendido a decir con los años, orgulloso: no puedo, tengo scouts?
De repente el autobús da un frenazo y hace que vuelva a la realidad. El del asiento al lado me dice “Empanao a saber en qué estarías pensando” a lo que le contesto “calla cabrón” y los dos nos reímos. Pero antes de sumergirme otra vez en mis pensamientos una voz familiar grita “¡Chicos, nos bajamos aquí!”. Así que todos bajamos y empezamos a andar.
Sin prisa, vamos avanzando hacia nuestra meta de hoy, hacia nuestra cima. Empezamos a introducirnos en un paisaje verde, dejando atrás el gris del asfalto y el aire de tubos de escape. Con cada nueva respiración voy tomando fuerzas y sintiéndome más libre, mimetizándome cada vez más con mi entorno. Con las altas montañas que ahora me rodean, con los pinos, con los diferentes arbustos y hierbas aromáticas, con los pájaros que no veo pero si escucho, con las ardillas que se pasean de rama en rama. Con el sol que está calentando la mañana y me deslumbra. Con el suave viento y las nubes que son de mil formas. Hasta con los más pequeños insectos o piedras que forman parte de todo el bosque y el vaho de mi respiración acelerada.
Mientras continuamos cuesta arriba me doy cuenta de que algo en mi interior desde hace algún tiempo está cambiando, de que me siento raro, algo en mi interior me empuja a cuestionarme muchas cosas, a buscar razones más allá y a plantearme cosas que antes ni siquiera me preocupaban. Ni soy adulto ni soy un niño. Y ese algo me hace tomar aire muy despacio, llenando bien mis pulmones, para finalmente soltarlo de golpe, como una especie de suspiro.
Por eso, voy a aprovechar la subida del camino para empezar el mío propio. Sí, mi propio camino. Cada árbol será un apoyo donde descansar, cada soplo de viento un empujón, cada cuesta un reto y cada nuevo horizonte una nueva victoria, una nueva ilusión.
Así paso a paso, me voy fijando en las pequeñas piedras que se incrustan en la suela de mis botas. Esos pequeños problemas que a veces me quitan el sueño o hacen que me desconcentre en clase. Que me hacen estar de malhumor y borde con mis amigos.
Esos problemas que me quitan las ganas de todo, que me hacen sentir que nadie me comprende. Y me hacen querer estar lejos, muy lejos de aquí.
También me fijo en los arañazos de mis brazos que han hecho las ramas secas de la pequeña senda por la que ahora vamos, y cuya pendiente está cada vez más inclinada. Son las malas experiencias, que sí, que aunque solo tenga quince o dieciséis años las tengo y han dejado marca. Son mis miedos. La imposibilidad de expresarme con libertad en un mundo donde me siento juzgado continuamente, donde castigan al que es diferente, al que da su propia opinión sin temer las consecuencias, sin temer la soledad y el aislamiento. Miedo a un mundo de estereotipos, marcas y tecnología, que va demasiado rápido y al que si no le sigues el ritmo estás fuera. Miedo a un mundo que premia a la mediocridad y al pensamiento de masas, donde ahogan al que destaca.
Desconecto de mis pensamientos. Es demasiada información en tan poco tiempo. Estoy mareado y algo aturdido, quizás haya movido sentimientos que no sabía ni que existían.
Ahora nos enfrentamos a la cuesta más alta, todos mis compañeros están agotados y sus respiraciones se oyen altas y agitadas. Algunos se inclinan sobre sí mismos y se sujetan las rodillas. Otros dan ánimo y suben decididos. Yo solo me dedico a observar y deduzco que es la última cuesta, que en lo alto de este último reto está nuestro objetivo. Por un momento dudo, porque ya casi no me quedan fuerzas, y miro hacia atrás intentando ver algo o alguien que me indique lo contrario. Y los veo, detrás de todo el grupo, levantando a los que se habían rendido y dando ánimos a los que empezaban a desfallecer.
Esas cuatro personas confían en nosotros, en que somos capaces de conseguir todos los retos que nos propongan, confían en que no caeremos y seguiremos adelante. Y siento que aquí nunca estaré solo, que de repente hoy puedo con todo, hoy puedo subir cualquier cuesta, porque si no son mis compañeros, ellos, mis scouters estarán ahí para levantarme.
No me lo puedo creer, hemos llegado a la cima. No es una gran cima, pero si, aquí estamos, todos. En el borde de un mirador precioso con dos pequeñas colinas verdes que se extienden a izquierda y derecha. Tan verde que la hierba brilla a contraluz, porque hace un sol de esos que te gritan que no puede pasar nada malo. Nos ponemos todos en fila mirando la pequeña ciudad que se nos presenta a nuestros pies, sin echarla de menos y con los brazos apoyados en las caderas. Orgullosos.
La alegría y la emoción del momento son evidentes y poco a poco nos vamos dispersando para explorar la zona. Me dirijo hacia una zona apartada, La vegetación es más espesa. Voy agachándome para pasar entre las ramas de los árboles, me alejo, el suelo es una mezcla entre hojas secas y hierba mojada. Me paro, ahora cualquier lugar me parece bueno. Me siento y me quito las botas y los calcetines. Instintivamente introduzco mis pies en la tierra, como queriendo formar parte de ella. Quiero que mis pies sean mis raíces. También introduzco mis manos en la tierra y juego con ella entre mis dedos.
Entonces, retomo todo las preguntas, dudas, miedos…que me asaltaron durante el camino. Y ya no me pesan tanto, todo está algo más claro.
Porque esto es lo que me gusta. La satisfacción de conseguir algo con esfuerzo. La satisfacción de montar una tienda por primera vez, de aprender a hacer un amarre, y mis primeras construcciones. La satisfacción de la primera guardia en la que no me quedo dormido. La satisfacción de poder saludar (a hacerlo en breves) en cada izada y arriada y todo lo que ello significa.
Por eso sigo aquí a pesar de todo. Porque me gusta mirar la ciudad desde arriba, alejado de ella, pensado en lo afortunado que soy por conocer algo más que las prisas y los agobios. Y me siento especial al sentir que tengo un as en la manga. Que siempre que quiera voy a tener un lugar especial donde esos problemas se hagan más pequeños.
Dónde el sueño solo me lo quiten las noches de nervios antes de una acampada. Los problemas y el malhumor se vayan con el agua fría del rio y no quiera estar lejos. No, quiero estar aquí.
Quiero que los arañazos de mis brazos solo sean consecuencia de los juegos, de las largas horas buscando troncos, de montar un buen cobertizo…
Y poco a poco se me va dibujando una sonrisilla estúpida en la cara mientras veo a los demás pioneros correr y gritar. Me acuerdo de las despedidas desde al autobús, de la noche de mi consejo, de los tiempos libres en la hamaca, de las reuniones de cinco a siete que se me hicieron demasiado cortas, del A asno, B Bonaparte y C coca cola. De la merluza con kilos y kilos de mayonesa del campamento, en el as de guía y en que se me ha vuelto a olvidar como se hacía. Me acuerdo en los desayunos, comidas y cenas que he compartido con estos pequeños salvajes, que primero fueron mis compañeros de rama y ahora son mis amigos. De la brújula que siempre me guía y de la navaja. De mi pañoleta y mi camisa. Del olor a zotal. De los chistes malos de la de siempre. Y me rio, me rio y estoy solo. Pero no puedo evitarlo. Ahora me siento tan bien.
Todo lo que al principio creía que eran problemas se han ido disipando con las cosas más sencillas, con los pequeños detalles del día a día.
Mis miedos, la imposibilidad de expresarme, la censura… ya no son un problema para mí, porque conozco cientos de lugares entre montañas donde todo es aceptado. Dónde da igual si voy sin peinar y con los pantalones más viejos del mundo. Donde todos somos diferentes pero iguales. Donde se suele decir que el scout es alegre y animoso ante las dificultades.
De repente me siento libre, con ganas de todo, capaz de todo. Con fuerzas para enfrentarme a la jungla de cemento, a los hombre grises…a cualquier piedra del camino.
Comenzamos la bajada. Creo que todos se han dado cuenta de mi cara de idiota y me preguntan que por qué estoy tan contento…Por estar aquí con vosotros, por qué sino, les digo.
Y aunque por hoy, ya se haya acabado nuestro pequeño viaje, yo seguiré el mío. Ese que ahora conscientemente empiezo. Será un gran viaje, lleno de experiencias y gente nueva. De nuevos retos y nuevas preguntas, pero del que sin duda estaré orgulloso siempre que me quede tiempo para despedirme de las estrellas viendo amanecer desde mi tienda de campaña.
-H-
martes, 17 de enero de 2012
Ahora coge sus tacones y la noche empieza a arder...
Pequeña, te has acostumbrado a la triste llama de tu mechero. A alumbrar tu mundo de fantasmas con esta luz tan suave y tan tenue, que se te ha quedado pequeño.
La triste llama con la que solo alcanzas a ver dos gemidos más allá de tus manos, mojadas en la inoportuna costumbre de saltar sobre los charcos para que te salpique el reflejo de la luna. Esa que prometió tanto en sus noches más húmedas.
¿Qué esperabas de este triste mechero? Si no va a traspasar tu pantalón, ni tu piel, ni tus huesos. Y no se va a alojar en el motel de tu cintura. No va a derretir el bloque de hielo de tu pecho, ni aun cuando sabes que en tu cabeza ya está hirviendo. Cada vez que se muerde el labio y mira al cielo. Y solo te dan ganas de lanzarlo a lo más alto y decirle que es una estrella.
Mira, a lo mejor cuela. Si no, siempre te queda ese puto milagro que supone hacerla reír. Y que luego no sepas donde meterte para que no descubra la estúpida sonrisa que se ha colgado de tu boca.
Además pequeña, tienes el vicio de pensar que todas las musas piden fuego, y tú ni siquiera fumas.
Así que decides llevarlo siempre encima por si alguna decide consumirse en tus cenizas una noche cualquiera de la vida de este triste mechero.
Para que el poco gas que queda explote y por la mañana, todo huela a piel y a ropa quemada.
Y a ganas en la almohada.
-H-
<<La inspiración siempre se lleva a cambio trocitos de nuestros dedos rotos>>. Saudade
jueves, 5 de enero de 2012
Vista a fin de siglo.
Antes de que este año siga gastando la arena de su reloj. Antes de que avancen las estaciones y descubran cómo nuevas lenguas recorren mi cuello mientras me arqueo sobre las sábanas erizadas. Antes de tachar las cruces rojas de un calendario que resultó no ser tu espalda. De seguir con esta puta locura de invierno precalentado, y de que me olvide de esos ojos para buscar aire en otros.
Antes de todo eso voy a parame. A dar una patada a las hojas de encima de la mesa y a mirar el último año que me ha caducado. Voy a revisar cada día de esa puta carrera a contrarreloj y voy a dejar que se me anclen en la memoria, y me los voy a arrancar muy despacio para que duelan o me hagan sentir el placer más indescriptible del mundo.
Como quitarse trescientas sesenta y cinco tiritas a cámara lenta y el último día sonreír porque, necesarias o no, valieron la pena.
Porque me quedo con este año sin duda. Por la eterna Ilíada en mi cabeza y las guerras de palabras. Por los días de agosto en que las nubes escurrían el sudor de los colchones. Por clavarme mil agujas para liberar presión y temblar desnuda ante vosotras. Por darle tragos tan largos a septiembre que pronto se me subió a la cabeza y la resaca fue terrible. Tanto como para emborronar lo que quedaban en mis ganas de latir diciembre.
Por el éxtasis de llegar a lo más alto y asomarme al abismo. Por la caída libre que haga que se retuerza cada parte de mi cuerpo y la hostia de tener rotos los frenos. Volver a subir. Pegármela más fuerte.
Por esto me quedo con todos los meses. Con todas las miradas mantenidas que luego huyeron a esconderse en un rincón oscuro dándole luz con esa pequeña sonrisa. Y si las musas no saben morir, que no mueran. No me importa que miren mientras les saco el lado más cabrón de sus miedos soñando con otras.
-H-
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