jueves, 5 de enero de 2012

Vista a fin de siglo.



Antes de que este año siga gastando la arena de su reloj. Antes de que avancen las estaciones y  descubran cómo nuevas lenguas recorren mi cuello mientras me arqueo sobre las sábanas erizadas. Antes de tachar las cruces rojas de un calendario que resultó no ser tu espalda. De seguir con esta puta locura de invierno precalentado, y de que me olvide de esos ojos para buscar aire en otros.
Antes de todo eso voy a parame. A dar una patada a las hojas de encima de la mesa y a mirar el último año que me ha caducado. Voy a revisar cada día de esa puta carrera a contrarreloj y voy a dejar que se me anclen en la memoria, y me los voy a arrancar muy despacio para que duelan o me hagan sentir el placer más indescriptible del mundo.
Como quitarse trescientas sesenta y cinco tiritas a cámara lenta y el último día sonreír porque, necesarias o no, valieron la pena.
Porque me quedo con este año sin duda.  Por la eterna Ilíada en mi cabeza y las guerras de palabras. Por los días de agosto en que las nubes escurrían el sudor de los colchones. Por clavarme mil agujas para liberar presión y temblar desnuda ante vosotras. Por darle tragos tan largos a septiembre que pronto se me subió a la cabeza y la resaca fue terrible. Tanto como para emborronar lo que quedaban en mis ganas de latir diciembre.
Por el éxtasis de llegar a lo más alto y asomarme al abismo. Por la caída libre que haga que se retuerza cada parte de mi cuerpo y la hostia de tener rotos los frenos. Volver a subir. Pegármela más fuerte.
Por esto me quedo con todos los meses. Con todas las miradas mantenidas que luego huyeron a esconderse en un rincón oscuro dándole luz con esa pequeña sonrisa. Y si las musas no saben morir, que no mueran. No me importa que miren mientras les saco el lado más cabrón de sus miedos soñando con otras.



-H-

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