domingo, 19 de febrero de 2012

Pensamiento cítrico.


[Un homenaje a los pequeños salvajes]

Suena el despertador y son las ocho y media. Es sábado. Pero ¿Qué hago despierto a estas horas? Entonces me acuerdo. Hoy toca excursión.  Me levanto, me visto y hago un intento de peinarme, pero es demasiado temprano. Vuelvo a la habitación y allí están, mirándome desde la otra esquina de la sala, mis botas de suela desgastada.  Me las pongo y me ato fuerte las cordoneras, entonces se me dibuja una tímida sonrisa en la cara. Una sonrisa que predice que hoy será un gran día.
Ya estamos todos en el autobús, dirigiéndonos hacia lo que será nuestra pequeña aventura de la semana. La verdad es que llevo muchos días sin ver a mis compañeros y quiero hablar con ellos. Quiero cantar, hacer el tonto y reírme. Quiero contarles todas las cosas que me han pasado desde que nos vimos por última vez, ponernos al día, abrazarnos… Pero algo hace que me abstraiga de esa atmósfera de de ruido y carcajadas. Algo que me lleva a apoyar la cabeza en la ventanilla y ponerme a pensar. En el por qué.
¿Por qué me gusta todo esto? ¿Por qué sigo haciendo esto después de tantos años? ¿Por qué me sigo ilusionando? ¿Por qué he aprendido a decir con los años, orgulloso: no puedo, tengo scouts?
De repente el autobús da un frenazo y hace que vuelva a la realidad. El del asiento al lado me dice “Empanao a saber en qué estarías pensando” a lo que le contesto “calla cabrón” y los dos nos reímos. Pero antes de sumergirme otra vez en mis pensamientos una voz familiar grita “¡Chicos, nos bajamos aquí!”. Así que todos bajamos y empezamos a andar.
Sin prisa, vamos avanzando hacia nuestra meta de hoy, hacia nuestra cima. Empezamos a introducirnos en un paisaje verde, dejando atrás el gris del asfalto y el aire de tubos de escape. Con cada nueva respiración voy tomando fuerzas y sintiéndome más libre, mimetizándome cada vez más con mi entorno. Con las altas montañas que ahora me rodean, con los pinos, con los diferentes arbustos y hierbas aromáticas, con los pájaros que no veo pero si escucho, con las ardillas que se pasean de rama en rama. Con el sol que está calentando la mañana y me deslumbra. Con el suave viento y las nubes que son de mil formas. Hasta con los más pequeños insectos o piedras que forman parte de todo el bosque y el vaho de mi respiración acelerada.
Mientras continuamos cuesta arriba me doy cuenta de que algo en mi interior desde hace algún tiempo está cambiando, de que me siento raro, algo en mi interior  me empuja a cuestionarme muchas cosas, a buscar razones más allá y a plantearme cosas que antes ni siquiera me preocupaban. Ni soy adulto ni soy un niño. Y ese algo me hace tomar aire muy despacio, llenando bien mis pulmones, para finalmente soltarlo de golpe, como una especie de suspiro.
Por eso,  voy a aprovechar la subida del camino para empezar el mío propio. Sí, mi propio camino. Cada árbol será un apoyo donde descansar, cada soplo de viento un empujón,  cada cuesta  un reto y cada nuevo horizonte una nueva victoria, una nueva ilusión.
Así paso a paso, me voy fijando en las pequeñas piedras que se incrustan en la suela de mis botas. Esos pequeños problemas que a veces me quitan el sueño o hacen que me desconcentre en clase. Que me hacen estar de malhumor y borde con mis amigos.
Esos problemas que me quitan las ganas de todo, que me hacen sentir que nadie me comprende. Y me hacen querer estar lejos, muy lejos de aquí.
También me fijo en los arañazos de mis brazos que han hecho las ramas secas de la pequeña senda por la que ahora vamos, y cuya pendiente está cada vez más inclinada. Son las malas experiencias, que sí, que aunque solo tenga quince o dieciséis años las tengo y han dejado marca. Son mis miedos. La imposibilidad de expresarme con libertad en un mundo donde me siento juzgado continuamente, donde castigan al que es diferente, al que da su propia opinión sin temer las consecuencias, sin temer la soledad y el aislamiento. Miedo a un mundo de estereotipos, marcas y tecnología, que va demasiado rápido y al que si no le sigues el ritmo estás fuera. Miedo a un mundo que premia a la mediocridad y al pensamiento de masas, donde ahogan al que destaca.
Desconecto de mis pensamientos. Es demasiada información en tan poco tiempo. Estoy mareado y algo aturdido, quizás haya movido sentimientos que no sabía ni que existían.
Ahora nos enfrentamos  a la cuesta más alta, todos mis compañeros están agotados y sus respiraciones se oyen altas y agitadas. Algunos se inclinan sobre sí mismos y se sujetan las rodillas. Otros dan ánimo y suben decididos. Yo solo me dedico a observar y deduzco que es la última cuesta, que en lo alto de este último reto está nuestro objetivo. Por un momento dudo, porque ya casi no me quedan fuerzas, y miro hacia atrás intentando ver algo o alguien que me indique lo contrario. Y los veo, detrás de todo el grupo, levantando a los que se habían rendido y dando ánimos a los que empezaban a desfallecer.
Esas cuatro personas confían en nosotros, en que somos capaces de conseguir todos los retos que nos propongan, confían en que no caeremos y seguiremos adelante. Y siento que aquí nunca estaré solo, que de repente hoy puedo con todo, hoy puedo subir cualquier cuesta, porque si no son mis compañeros, ellos, mis scouters estarán ahí para levantarme.
No me lo puedo creer, hemos llegado a la cima. No es una gran cima, pero si, aquí estamos, todos. En el borde de un mirador precioso con dos pequeñas colinas verdes que se extienden a izquierda y derecha. Tan verde que la hierba brilla a contraluz, porque hace un sol de esos que te gritan que no puede pasar nada malo. Nos ponemos todos en fila mirando la pequeña ciudad que se nos presenta a nuestros pies, sin echarla de menos y con los brazos apoyados en las caderas. Orgullosos.
La alegría y la emoción del momento son evidentes y poco a poco nos vamos dispersando para explorar la zona. Me dirijo hacia una zona apartada, La vegetación es más espesa. Voy agachándome para pasar entre las ramas de los árboles, me alejo, el suelo es una mezcla entre hojas secas y hierba mojada. Me paro, ahora cualquier lugar me parece bueno. Me siento y me quito las botas y los calcetines. Instintivamente introduzco mis pies en la tierra, como queriendo formar parte de ella. Quiero que mis pies sean mis raíces. También introduzco mis manos en la tierra y juego con ella entre mis dedos.
Entonces, retomo todo las preguntas, dudas, miedos…que me asaltaron durante el camino. Y ya no me pesan tanto, todo está algo más claro.

Porque esto es lo que me gusta. La satisfacción de conseguir algo con esfuerzo. La satisfacción de montar una tienda por primera vez, de aprender a hacer un amarre, y mis primeras construcciones. La satisfacción de la primera guardia en la que no me quedo dormido. La satisfacción de poder saludar (a hacerlo en breves) en cada izada y arriada  y todo lo que ello significa.
Por eso sigo aquí a pesar de todo. Porque me gusta mirar la ciudad desde arriba, alejado de ella, pensado en lo afortunado que soy por conocer algo más que las prisas y los agobios. Y me siento especial al sentir que tengo un as en la manga. Que siempre que quiera voy a tener un lugar especial donde esos problemas se hagan más pequeños.
Dónde el sueño solo me lo quiten las noches de nervios antes de una acampada. Los problemas y el malhumor  se vayan con el agua fría del rio y no quiera estar lejos. No, quiero estar aquí.
Quiero que los arañazos de mis brazos solo sean consecuencia de los juegos, de las largas horas buscando troncos, de montar un buen cobertizo…
Y poco a poco se me va dibujando una sonrisilla estúpida en la cara mientras veo a los demás pioneros correr y gritar. Me acuerdo de las despedidas desde al autobús, de la noche de mi consejo, de los tiempos libres en la hamaca, de las reuniones de cinco a siete que se me hicieron demasiado cortas, del A asno, B Bonaparte y C coca cola. De la merluza con kilos y kilos de mayonesa del campamento, en el as de guía y en que se me ha vuelto a olvidar como se hacía. Me acuerdo en los desayunos, comidas y cenas que he compartido con estos pequeños salvajes, que primero fueron mis compañeros de rama y ahora son mis amigos. De la brújula que siempre me guía y de la navaja. De mi pañoleta y mi camisa. Del olor a zotal. De los chistes malos de la de siempre. Y me rio, me rio y estoy solo. Pero no puedo evitarlo. Ahora me siento tan bien.
Todo lo que al principio creía que eran problemas se han ido disipando con las cosas más sencillas, con los pequeños detalles del día a día.
Mis miedos, la imposibilidad de expresarme, la censura… ya no son un problema para mí, porque conozco cientos de lugares entre montañas donde todo es aceptado. Dónde da igual si voy sin peinar y con los pantalones más viejos del mundo. Donde todos somos diferentes pero iguales. Donde se suele decir que el scout es alegre y animoso ante las dificultades.
De repente me siento libre, con ganas de todo, capaz de todo. Con fuerzas para enfrentarme a la jungla de cemento, a los hombre grises…a cualquier piedra del camino.
Comenzamos la bajada. Creo que todos se han dado cuenta de mi cara de idiota y me preguntan que por qué estoy tan contento…Por estar aquí con vosotros, por qué sino, les digo.
Y aunque por hoy, ya se haya acabado nuestro pequeño viaje, yo seguiré el mío. Ese que ahora conscientemente empiezo. Será un gran viaje, lleno de experiencias y gente nueva. De nuevos retos y nuevas preguntas, pero del que sin duda estaré orgulloso siempre que me quede tiempo para despedirme de las estrellas viendo amanecer desde mi tienda de campaña.




-H-