miércoles, 18 de abril de 2012

Dudas y deudas re-sueltas


Quién se atreve a poner límites a los espacios si es imposible acotarte, y el tiempo cerca de ti no existe. Si somos dos asíntotas que no llegaron a tocarse e irremediablemente tienden a caer hasta el infinito. Sobre todo yo, para que engañarnos.
Y mientras escribo se me escapa el tiempo entre los poros, y los suspiros. El tiempo que solo dedico a pensarte (aunque me lo estoy dejando, no creas). A escribirte a ratos y en intentar engañarte cogida de otras manos.
A anotar en esquinas de cuadernos viejos microrrelatos para microtardes de lluvia contigo.  Y cuando llueva, a mí se me difuminará la tinta de los huesos mientras a ti te bailan otros brazos, y otros dedos.
Porque quién se atreve a vivir en la verdad. Quién tiene los huevos de no tirar de los momentos más dulces de mis recuerdos inventados. ¿Quién? Quien ha sido capaz de interpretar  esta historia sin saltarse las páginas más importantes.
La culpa, si es que existe eso, es de las cartas. De los póker mal encubiertos y de las tristes parejas que apostaron sin serlo.
Qué hago yo jugando en los bares si a mí me tendrían que prohibir estos vicios tan fáciles de rendir culto. Si es que acaso me gusta bombardear miradas y aortas. Provocar arritmias. Robarlas. 
Si yo lo que quería era que me arrastrasen tus pupilas antes de que fuera tarde. Que me conocieras las mil veces que puedo llegar a ser, y las mil formas de tocar que tengo. Te hubiera regalado teclas, notas y sin duda, te hubiera enseñado lo serio de saber reír. Lo mágico de los hoyuelos impares.
Sin embargo me agarré al vino, porque el vino y cualquier locura siempre van juntos.
 Para mi sorpresa, noches después todavía podía sonreír. Al fin y al cabo me resisto a pensar que a nuestro punto y aparte no se le sumen algún día dos puntos suspensivos suicidas, que nos hagan grandes. Me hagan grande. Será el morbo de lo inalcanzable, de amar la inmoralidad y de seguir lanzando piedras en forma de guiños a tu ventana. Pero sin esperarte. Eso nunca. Nunca dejaré de creer en los pequeños enamoramientos de autobús (y otros sitios más oscuros) que se olvidan en la última parada. Donde posiblemente, rubia, no estés. Y yo seguiré anclando tu nombre al mío para, en un juego de palabras, hacernos simétricas.

…Yo siempre he sido más de volar, pero eso a quién le importa.




-H-

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