martes, 18 de enero de 2011

18



Los borrachos dicen siempre la verdad, y yo te la dije.
Que más me daba a mí lo que pensaran desde la otra acera, las miles de personas que miraban.
Ahí va, me puse de puntillas acercando tu cabeza a mi boca y solté esas dos palabras fatídicas. Salieron de mi boca sin más, como un típico y cansado holaquetal.
Error 404, tu mente no funciona, bloqueo total. Me miras, como si no creyeras nada.
Ya sabíamos que pasara lo pasara, nada volvería a ser lo mismo, para bien o para mal.
Días, semanas y meses, en los que la presión en mi pecho recomendaba el uso de mascarillas.
Tú no lo sabes, pero mi mente inventaba mil momentos y escenas en los que todo salía bien y dejaba de llorar por las noches.
En las que no necesitaba creer que cuando olía a ti no sentía nada.
Donde, en las escaleras – sobran las aclaraciones- me decías, ven pequeña, está todo arreglado, le gané el partido a la conciencia, ahora podemos volvernos locos.
Un día de esos que tienen las bibliotecas te dije que quería que se acabara todo, dejar de verte –de veros–  y todas esas cosas que se dicen para olvidar. Aún así me regalaste la pulsera de mi mano derecha, hay que tener huevos. Me levanté, dando a entender que ya no había nada más que hablar y me fui con mi cabeza bien alta. La muy puta se me fue hundiendo conforme me sentaba en la silla y se empañó al esconderme entre  apuntes.
Lo peor de todo, el silencio. Nadie sabía lo que pasaba. Aparentar normalidad.
Esbozar una sonrisa de “aquí no pasa nada” y tirar pa´lante. Venga, que los sentimientos no existen y eres de piedra.
Alguna vez se me escapó algo entre chupito y chupito de absenta, pero quien se iba a tomar eso enserio, si  yo no entiendo de esto.
Pasaron las semanas y te quedaste sin nada. Lo que más miedo me daba. Neutralidad. Vaya putada.
Y  que cosas tiene la vida – y tu boca-, que un día apareciste en mi salón. Alrededor, unas veinte personas, y apenas me daba cuenta. Se fueron haciendo pequeñas durante el resto de la noche y allí solo estabas tú.
 Igual que cuando bajé las escaleras- estas ya son otras-  aún me pregunto ¿Qué coño hacías allí? Si nadie te había llamado… O tal vez si, y lo hacíamos sin querer, eso de encontrarnos donde no nos querían.
Hablamos  -que raro-, mentalmente repasamos los meses anteriores. En el ambiente de guerra interna había tanta sangre que el olor era casi metálico.
Y de repente  estábamos allí, tumbados, curando nuestras heridas con saliva. Y lo de ven pequeña volvámonos locos se hizo de carne y sexo.
Después, me separé aunque no quisiera y te dije
-          Cuanto tiempo.

Por eso te digo. Baja cuando quieras, que te invito a una cerveza y a lo que surja.  Y aprovecha, que cuando vuelva a la superficie volveré a ser la que nunca soy. La que todos creen que soy.
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-H-

1 comentario:

Misy-Neko dijo...

solo diré una cosa:
lloró...