sábado, 12 de marzo de 2011

Mi casa. Vigesimotercer micro-relato.


Casas, solo casas. Cimientos, de los que se los lleva el viento o aguantan a cualquier lobo que quiera soplar. Te miran cuando te vas, pero saben perfectamente a la hora que llegarás. Calculan frías tu rutina, y desde las ventanas más altas se oyen carcajadas. Porque saben que debes hipoteca de resignación. De esas a largo plazo sobre tus hombros e interés de ceros porcientos.

La mía hoy me ha mirado, imponente, con ojos de vidrio muy abiertos y boca de madera arañada de desaire.
Exiliada de tus muros, lo sabes. Demasiadas rejas. Me has dicho que como siga así borrarás mi nombre del buzón.
Qué quieres que haga, si eres donde vivo y no de donde soy, que al igual que de un país uno también es de su casa. Y perdona, pero nunca me tuviste, ni siquiera en otoño, cuando más bonita estás. Y más verde.
Y tu tan fría y grande, llena de agujeros negros y falta de calientes.
Es como encerrarse sobre sí mismo y retroceder en el tiempo, el tiempo que pasa despacio.
Muy despacio.
El cartel de salida precede a un laberinto infranqueable y desplaza al resto del mundo cien kilómetros a la redonda. Nadie, no hay nadie. El timbre lo he quitado porque estaba sin estrenar después  de tantos años, y las paredes aburridas de ver las mismas cuatro caras pálidas de siempre, En la nada. Eso es lo que se oye, nada.
Sigue mi bandera sin calle ni número.




-H-

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