sábado, 6 de julio de 2013

Terapia para los hijos del psicólogo II


Microrrelato 

Me sorprendí cuando empezaron a llamarle Diego a secas.
Diego, dijeron. Y ya está. A veces era “Diego, tu padre”.
Me sorprendí  también cuando editaron su  nombre de las agendas de sus smartphones.
Tito Diego. Tito, borrar. Aceptar.
Para mí fue un poco cruel, esa forma de arrancarse el parentesco así, de golpe. Como si las nuevas tecnologías te ayudaran a olvidar más rápido.
Fue la peor Nochebuena de mi vida.
Arrancaron su nombre de la mesa igual que arrancaban las cabezas de las gambas. Igual que intentaban arrancarme una sonrisa durante la cena. Seguía siendo cruel.
Chupaban las cabezas. Menos mal que no les dejé hacer lo mismo con la mía.

No me gustan las gambas y ella lo sabe. Porque son cosas que se dicen cuando conoces a alguien. Me llamo Helena y no me gusta el marisco. A veces la gente se ríe por la contrariedad de la broma. Yo a veces, también me rió. A veces, también se reírme. 

No me gustaron las Nochebuenas durante muchos años y ella no lo sabe. Porque son ese tipo de cosas que no se dicen. No dices: Hola me llamo Helena  y borraría los 24 de Diciembre del calendario para siempre. Ya me siento suficientemente fuera de lugar como para hacer estas cosas.

Así que el día en el que me confesó que le encantaba la Navidad solo pude sonreír, pisar el embrague, luego el freno y esperar a que el semáforo se pusiera en verde. Dejarte en tu casa lo antes posible, yo ya sabía lo de tu cumpleaños. No pedirte el beso que quería que me dieras.
Porque no son las cosas que se hacen cuando conoces a alguien que te habla de la Navidad. No paras el coche de golpe, no te bajas y sobretodo no gritas en medio de la calle: ODIO LA JODIDA Y ESTÚPIDA NAVIDAD. Sin embargo si me hubiera gustado un beso.


Las cosas que mi padre se llevaba dejaban un vacío extraño y por fin  supe valorar el espacio que ocupan los objetos. También gané sitio en el armario y en las estanterías. Qué alivio. Qué bien.
La primera vez que me di cuenta de que no estaba, mi madre iba muy elegante y llevaba un vestido color gamba, o salmón, o gris (que es el color de un salmón pero por fuera). << A lo mejor al juez no le gusta>> le dije.  La segunda, decidí ir a comer con él todos los martes. A la rutina también se le echa de menos. La tercera vez, ya no me sorprendí. Ya, ni me molestaba en secarme la cara con las mangas.

El año pasado volvió a ser 24 de Diciembre. Ella no sabía que yo los odiaba.
Tampoco sabe que, inconscientemente, hizo que dejara de hacerlo. Así de inexplicable.
Y las cosas inexplicables son irresistiblemente bonitas.


Diego, tito, borrar. ¿Desea realizar el cambio? Si. Él les sigue llamando sobrinos. O no, no lo sé.
¿Desea realizar el cambio? No recuerdo que a mí me hicieran esa pregunta.
 Estúpidos smartphones.

Entonces decidí enviarte dos poesías. Por whatsApp. Estúpidos benditos smartphones. 



-H-


Yo ya sé a qué portal me llevaban todas las estrellas fugaces.

1 comentario:

EsguinceMental dijo...

*.* :: Las cosas inexplicables son irresistiblemente bonitas... oooh!! :)