sábado, 1 de marzo de 2014

Terapia para los hijos del psicólogo IV


Antes de salir al escenario y comenzar me dije: late pronto y  hiere a un futuro cadáver. Ama como si fuera tu última noche de soledad. Fusílalos a todos. Cálales el corazón.

Sé un parto sin asistencia ni cordón umbilical. Una expulsión a presión propia y de cabeza a un mundo nuevo. Abre los brazos y enséñales el corazón entre la boca. Que sepan que tienes dientes para sus cuellos.
Me dije muchas, muchas cosas antes de todo aquel desastre. De aquel tropiezo en el primer acto.
 Y entonces fui.
Un corazón atravesado en plena tráquea. Ninguna fuerza para respirar. Un puñetazo que me lo hizo tragar para esconderlo y que no me hicierais más daño. Los primeros pasos que se mezclaron con las ganas de llorar.

Aprendí a no regalar mariposas a la primera que adivinara que yo también volaba. Y aprendí a asesinarlas escribiendo sobre ellas. Utilicé a chicas buenas como juguete favorito e intocable que dejaron de funcionar cuando aprendieron las instrucciones de vuelo en mi lengua muerta.
Fui, la enfermedad terminal de una enfermera que intentó salvarme a costa de ella misma. Una caja fuerte explotando no tan fuerte pero con la cabeza muy alta.
La chica invisible de clase. El dolor en los días de fiesta. Su misma altura.

Es cierto que nací sola en un mundo nuevo, lanzándome a vuestros brazos con todo el amor y la esperanza  de una vida en blanco. Y solo fuisteis capaces de recibirme con tres heridas gigantes, para lo pequeña que yo era.

Me seguía diciendo: se la poesía agresiva, la miel que envenena. Un proyecto de revolución borracha en cualquier festival.
La que se hace la dura y luego llora. Las gafas de lejos para analizaros muy de cerca. El orgullo de admirar en secreto a todos los artistas de este bar.
La que fluye entre versos. La que huye en la realidad.
Me dije aúlla. Aúlla como una zorra asustada y provocadora con el subconsciente lleno de pupilas. Reclama amor y comida a partes desproporcionadas.

Y sin embargo fui: un cerebro de puta con tacones y un corazón tan fiel al recuerdo como se pueda en el pecho.
 La infidelidad como herencia relegada a los genes recesivos por voluntad propia. Un  patrón impreciso pero existente. El patrón repetitivo hasta la saciedad. El asco
La mirada objetiva de una teoría filosófica
Un “tu hija ha muerto” frente al deseo de un “Tranquilos, la llevaremos al cementerio solo para que reviva a todas las flores”
La locura del insomnio cuando no tienes quien te acompañe. Las lágrimas de impotencia.
El miedo a mí misma. La autodestrucción como primer mandamiento. Compasión y victimismo propio tomando forma de musa violada.
La que salvaría a todos menos a ella. La que se enamora de todas y quiere que todas se enamoren exclusivamente de ella.
La letra pequeña de un contrato imaginario donde me convencí que quedar segunda en tu vida no era tan malo. Que ir escalando solo era cuestión de tiempo. Que en una mochila aparte de sueños también cabían heridas y fracasos.

Y lo sigo siendo
Años luz a diez centímetros. Un roce de manos a mucha distancia. Velocidad en los dedos, corazón. Lentitud en los párpados y en la vida.
Una mezcla rara de niña-mujer que cuando está comiéndote el coño solo piensa en hacerse un hueco ahí dentro. Construirse un refugio oscuro y caliente en tu útero y por un momento sentirme a salvo del mundo, y de mi misma.
Fui y sigo siendo muchas cosas a las que todavía no les he podido poner nombre, pero todo lo que recuerdo después del coma, es que fui capaz de quitarme una armadura de hierro y cubrirme únicamente de palabras bonitas que resultaron estar hechas de un metal más fuerte.
Que a pesar de tu odio por las agujas,  te gustaba mi sangre.

Y que a día de hoy, joder, no me arrepiento de nada.



-H-

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