sábado, 10 de enero de 2015

1997



Necesito los abrazos
de todos los que
no me llegaron a conocer.

Necesito el abrazo
de la profesora a la que nunca dije
que ya sabía dibujar un triángulo.
Los de todos los vecinos
que no me atreví a saludar,
los de los que pensaban
que no podía hablar.

Necesito los abrazos
de primos mayores
a  los que, por ausencia de simpatía,
no caí bien.
Necesito una hermana o
una madre a la salida del colegio.

Sigo teniendo cinco años.
Acabo de conocer a la muerte
sin derramar ni una lágrima.
Busco la aprobación
a cualquier mínimo avance.


Ellos, me señalan con libros
de cursos superiores.
Yo, no le encuentro el sentido
a pintar determinadas cosas
 con determinados colores.

Ahora me negaría a hacer campaña
contra los reyes magos.
No pondría en duda la religión
ni el sentido de las mayúsculas.
Me negaría a no jugar
si después de todo,
el apartheid.

Tengo una imagen recurrente
donde me abrazo a mi misma
en el centro del patio rojo.
La imagen recurrente
en la que yo soy
la niña abrazada
por mi clon adulto
 de pelo largo.

Le veo cara de futuro feliz
abalanzándose al suelo sobre sus rodillas
y con los brazos abiertos.

Me susurra,
a veces,
que tranquila.

A veces,
el silencio.

A veces,
que me agarre
y le cuente
porque ella es
todos los desconocidos
a los que nunca me atreveré
a hablar.

Necesito el abrazo
de la niña del paso de cebra,
de la misma niña de la academia.
De mi ego diciendo que todo bien.

Ya me da igual el sexo,
la cara, el ceño…
Necesito brazos apretando
esta ansiedad nocturna.
Besos en la nuca,
palabras naranjas
a medio hacer.

No es amor,
es fisiología.

La secuencia invertida
de muñecas rusas
a las que destapo,
me descubren un interior
Cada vez más amplio.

Mi vida es esta y tengo cinco,
pero podría ser cualquier otra
a los veintidós.





-H-

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