Necesito los
abrazos
de todos los
que
no me
llegaron a conocer.
Necesito el
abrazo
de la
profesora a la que nunca dije
que ya sabía
dibujar un triángulo.
Los de todos
los vecinos
que no me
atreví a saludar,
los de los
que pensaban
que no podía
hablar.
Necesito los
abrazos
de primos
mayores
a los que, por ausencia de simpatía,
no caí bien.
Necesito una
hermana o
una madre a
la salida del colegio.
Busco la
aprobación
a cualquier
mínimo avance.
Ellos, me señalan
con libros
de cursos
superiores.
Yo, no le
encuentro el sentido
a pintar
determinadas cosas
con determinados colores.
Ahora me
negaría a hacer campaña
contra los
reyes magos.
No pondría
en duda la religión
ni el
sentido de las mayúsculas.
Me negaría a
no jugar
si después de
todo,
el
apartheid.
Tengo una
imagen recurrente
donde me
abrazo a mi misma
en el centro
del patio rojo.
La imagen
recurrente
en la que yo
soy
la niña abrazada
por mi clon
adulto
de pelo largo.
Le veo cara
de futuro feliz
abalanzándose
al suelo sobre sus rodillas
y con los brazos
abiertos.
Me susurra,
a veces,
que tranquila.
A veces,
el silencio.
A veces,
que me
agarre
y le cuente
porque ella
es
todos los
desconocidos
a los que
nunca me atreveré
a hablar.
Necesito el
abrazo
de la niña
del paso de cebra,
de la misma
niña de la academia.
De mi ego
diciendo que todo bien.
Ya me da
igual el sexo,
la cara, el ceño…
Necesito
brazos apretando
esta ansiedad
nocturna.
Besos en la
nuca,
palabras naranjas
a medio hacer.
No es amor,
es fisiología.
La secuencia
invertida
de muñecas
rusas
a las que
destapo,
me descubren
un interior
Cada vez más
amplio.
Mi vida es esta
y tengo cinco,
pero podría
ser cualquier otra
a los veintidós.
-H-
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