martes, 26 de junio de 2012

La fée qui voudrait voler mais ne le peut pas...



No podría decir exactamente qué edad tenía, ni de dónde era ni cómo había aparecido en mi vida.  No podría explicar tampoco  esas formas, y esa mirada y esas ojeras. Esa manera de escribir mientras todo el pelo se le caía sobre la cara y  cómo se llevaba el lápiz al labio superior mientras suspiraba encogiéndose de hombros. Y mis ganas de decirle VEN.
A veces tenía ese aspecto de musa, de esas que han vivido desde siempre y que llevan a sus espaldas años y años, noches y noches sin dormir. Ese era el secreto, me confesó <<nunca duermo  cuando hay estrellas en el cielo. Sería imposible. Qué desperdicio>>.
Claro, luego me miraba con esa cara, que congelaba el tiempo. Esa cara de niña y esas ojeras milenarias. Que se contradecían. Yo también empecé a dormir por el día. Al principio solo era para hacerle compañía y para mirarla desde la otra punta de la cama.  Más tarde quedábamos en el centro de las sábanas y nos contábamos historias, casi todas mentira, como esta.
Su voz nunca se correspondía con la fuerza de su cuerpo, como intentando evitar las cosas inevitables que había que decir. Quizás por eso le gustase tanto la oscuridad, porque todo es un poco menos verdad, y menos real, y más camas deshechas. Sin orden, y con miles de utopías que estaba dispuesta a vivir con los ojos abiertos.
Ella me contaba el libro de su vida, cada noche un poquito, capítulo a capítulo, y yo, lamía sus heridas, más por adicción a la sangre ajena que para curarlas. Pero la escuchaba, y eso se me daba bastante bien. A veces quería ser yo quien le contara cuentos, y le acariciara el pelo, pero me callaba, porque nuestros silencios eran de esos que hacen demasiado ruido. Nuestros silencios eran bombas de relojería compactadas en cuatro pupilas y muchos dedos.
Una de esas noches me dijo que por las mañanas, cuando dormía(mos) y el calor la ahogaba soñaba con hadas. Que ella todavía creía en hadas. En princesas, hadas, y otras putas, claro. Princesas que provocaban guerras en países lejanos. Que mientras los príncipes les hablaban ellas fantaseaban con el culo de la doncella y hadas que, en sus cuentos, se follaban unas a otras hasta que no tenían fuerzas para volar.
También me dijo que se alimentaba de sueños rotos y por eso, pensé, se había quedado tan delgada.
Pasaban los días, y cientos de noches, y llegó la revolución de las contradicciones y contra-adicciones. Nosotras mismas nos habíamos convertido en hadas que por las mañanas se echaban polvos mágicos, y por las noches, sin prisa, hacían el amor.
Por primera vez tuvimos miedo. De haberlo idealizado todo, de ser más teatro que otra cosa. De haber ridiculizado nuestra habitación en Roma, o París. Miedo al futuro de conocerse por completo, de que se acabaran los capítulos que contarnos y miedo por esos sueños que son como la madera y en vez de quemarse, se secan.
Decidí, como siempre, huir. Sólo le dejé una nota entre sus libros; Todo lo que no es mío, ya sabes, lo escribo entre comillas, como "TÚ".
Y empecé a fingir dormir por las noches. ¿Cuántas ovejas necesito para volver a soñar contigo?



“Al final siempre quedamos tu yo”
Escribió  tuyo, sin conjunciones, como si hubiera algo nuestro.
Sólo había sido una errata. Preciosa.
Qué triste –pensé-.



-H-


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