No podría decir exactamente qué edad tenía, ni de dónde era ni cómo
había aparecido en mi vida. No podría
explicar tampoco esas formas, y esa
mirada y esas ojeras. Esa manera de escribir mientras todo el pelo se le caía
sobre la cara y cómo se llevaba el lápiz
al labio superior mientras suspiraba encogiéndose de hombros. Y mis ganas de
decirle VEN.
A veces tenía ese aspecto de musa, de esas que han vivido desde
siempre y que llevan a sus espaldas años y años, noches y noches sin dormir.
Ese era el secreto, me confesó <<nunca duermo cuando hay estrellas en el cielo. Sería
imposible. Qué desperdicio>>.
Claro, luego me miraba con esa cara, que congelaba el tiempo. Esa cara
de niña y esas ojeras milenarias. Que se contradecían. Yo también empecé a
dormir por el día. Al principio solo era para hacerle compañía y para mirarla
desde la otra punta de la cama. Más
tarde quedábamos en el centro de las sábanas y nos contábamos historias, casi
todas mentira, como esta.
Su voz nunca se correspondía con la fuerza de su cuerpo, como
intentando evitar las cosas inevitables que había que decir. Quizás por eso le
gustase tanto la oscuridad, porque todo es un poco menos verdad, y menos real,
y más camas deshechas. Sin orden, y con miles de utopías que estaba dispuesta a
vivir con los ojos abiertos.
Ella me contaba el libro de su vida, cada noche un poquito, capítulo a
capítulo, y yo, lamía sus heridas, más por adicción a la sangre ajena que para
curarlas. Pero la escuchaba, y eso se me daba bastante bien. A veces quería ser
yo quien le contara cuentos, y le acariciara el pelo, pero me callaba, porque
nuestros silencios eran de esos que hacen demasiado ruido. Nuestros silencios
eran bombas de relojería compactadas en cuatro pupilas y muchos dedos.
Una de esas noches me dijo que por las mañanas, cuando dormía(mos) y
el calor la ahogaba soñaba con hadas. Que ella todavía creía en hadas. En
princesas, hadas, y otras putas, claro. Princesas que provocaban guerras en países
lejanos. Que mientras los príncipes les hablaban ellas fantaseaban con el culo de la doncella
y hadas que, en sus cuentos, se follaban unas a otras hasta que no tenían fuerzas para volar.
También me dijo que se alimentaba de sueños rotos y por eso, pensé, se
había quedado tan delgada.
Pasaban los días, y cientos de noches, y llegó la revolución de las
contradicciones y contra-adicciones. Nosotras mismas nos habíamos convertido en hadas que por las mañanas se echaban polvos mágicos, y por las noches, sin
prisa, hacían el amor.
Por primera vez tuvimos miedo. De haberlo idealizado todo, de ser más teatro que otra cosa. De haber ridiculizado nuestra habitación en Roma, o París. Miedo al futuro de conocerse por completo, de que se acabaran los capítulos que contarnos y miedo por esos sueños que son como la madera y en vez de quemarse, se secan.
Decidí, como siempre, huir. Sólo le dejé una nota entre sus libros; Todo lo que no es mío, ya sabes, lo escribo entre comillas, como "TÚ".
Y empecé a fingir dormir por las noches. ¿Cuántas ovejas necesito para volver a soñar contigo?
Por primera vez tuvimos miedo. De haberlo idealizado todo, de ser más teatro que otra cosa. De haber ridiculizado nuestra habitación en Roma, o París. Miedo al futuro de conocerse por completo, de que se acabaran los capítulos que contarnos y miedo por esos sueños que son como la madera y en vez de quemarse, se secan.
Decidí, como siempre, huir. Sólo le dejé una nota entre sus libros; Todo lo que no es mío, ya sabes, lo escribo entre comillas, como "TÚ".
Y empecé a fingir dormir por las noches. ¿Cuántas ovejas necesito para volver a soñar contigo?
“Al final siempre quedamos tu yo”
Escribió tuyo, sin conjunciones, como si hubiera algo
nuestro.
Sólo había sido una errata.
Preciosa.
Qué triste –pensé-.
-H-
No hay comentarios:
Publicar un comentario