lunes, 17 de noviembre de 2014

VIVISECCIÓN DE UN ADULTO: INFANTICIDIO

Llegó al parque hace 13 años, cuando yo solo tenía 9. Todavía me acuerdo.

Mis amigos y yo dedicábamos la tarde a reparar camiones de juguete sin ruedas, muñecas sin cabeza o, a veces, puzles incompletos. Pero lo que aquel día llegó a nuestras manos, definitivamente no tenía arreglo, estaba roto por completo.

Nunca habíamos advertido nada igual. Sí, todos los niños los habíamos visto antes (en casa, en la calle, en el supermercado, en el colegio…) pero mirar a uno de ellos a los ojos nos causó dolor. Un gran dolor al que no estábamos acostumbrados. La irremediable certeza de saber que mirábamos de frente a nuestro futuro y no podíamos hacer nada para cambiarlo. Aunque esto, todavía, no lo comprendiéramos del todo.

Venía arrastrado por la diminuta mano de su hijo, el cual tiraba de él con prisa. Jadeando, cuando llegaron a nuestra altura, el niño gritó con rabia “¡ES UNO DE ELLOS, ES UN ADULTO!”
El pánico se extendió desde los bancos hasta más allá los columpios. Esto no era nuevo, hacía tiempo que veníamos sospechándolo. La enfermedad de “crecer” o “madurar” como también es conocida, se había extendido con rapidez por la ciudad. Los becarios de las oficinas la contraían el primer día de trabajo. Los jefes de nuestros padres la diseminaban en cada apretón de manos. Y dicen que los bolígrafos con los que se firmaban contratos e hipotecas también eran la causa. Fuera como fuese era nuestro deber investigar esta terrible plaga y llegar lo antes posible al fondo del asunto.




Y lo que a continuación os muestro, mis muy queridos lectores, es el informe definitivo que redactamos tras la disección del adulto que allí se hallaba (*). Muchos niños desde entonces no duermen por las noches, porque las grandes verdades siempre quitan el sueño. Los mayores, lloran para deshacerlas.


<< […] El Adulto viste triste. Traje gris y corbata con un nudo muy apretado, haciendo el papel de silenciador de carcajadas inoportunas. Camisa blanca impecable, está claro, él ya no juega. Pantalones sin agujeros, faldones muy bien metidos ahorcados por una correa. Zapatos brillantes de betún, a conjunto con el asfalto. Nudos delicadamente simétricos.
Su olor es un horrible cóctel de suavizante, colonia, tabaco,  whisky y sudor que más que asco da pena.

Tras la excarcelación de su propia armadura por parte de los bomberos, observamos que su piel es áspera y pálida, del tono de la ceniza. Uniforme, ni arañazos ni heridas. “Todas las llevo dentro”, comenta.
Tiene una cabeza de dimensiones importantes adornada con un muy cuidado corte de pelo debidamente engominado. Localizamos un mechón rebelde. Grita nervioso ¡Hay que cortarlo!
También encontramos algunos pelos blancos, suponemos que fruto de su sabiduría. Él se avergüenza de ellos. ¿Cómo es posible?

Los ojos. Los ojos están muy enfermos. No brillan. Están atravesados por miles de rayos rojos, como si se tratasen de pequeñas cicatrices acumuladas por ver cosas que no quería. Y se nota, su mirada está sucia de tanto juzgar. De no mirar con respeto. Desenfocados de mirar demasiado a los demás y muy poco a él mismo. [Quiéranse un poco] Y también son opacos, porque ocultan tantas evidencias y tantas realidades…Opacos por mentirse, por no aceptar. Las lágrimas de cavar surcos por sus mejillas perdieron la ilusión. Y no es solo esto. Explota al ver el dinero (lo hemos comprobado) y automáticamente empieza a salivar. ¿Acaso comerá billetes? Se lo damos a probar. Lo escupe (cree que el  sabor de la especulación no le gusta), pero entonces, sus manos buscan instintivamente coger el billete al vuelo. Sonríe  [¡¿No sabe que las sonrisas no tienen precio?!]

Sonríe  y aún así es extraño. Su boca de delgados labios, aún atisbando algo de alegría nunca deja de formar dos líneas paralelas inexpresivas. Como si alguien todos estos años le hubiera reprimido sus más puros instintos.  La abrimos. Una oleada de café y colillas nos echan hacia atrás. Es su aliño de la rutina. De la aceptación y la conformidad.
Su cara tiene algunas arrugas en el entrecejo, curvadas hacia abajo. Haciendo de refugio a la resignación de ser quien los demás querían que fuera. Como le ordenaron que fuera.

Nariz: afuncional. Él quería que su vida oliera de otra forma. 7.00 de la mañana: huele sudor. En el coche, ambientador de pino (pinos que por supuesto hace tiempo que no ve). A las 8.00 huele a oficina y conforme se acercan las 14.00 vuelve a ser sudor. A las 15.00 llega a casa y huele a lo que sea, pero pre-cocinado. Sus hijos comen en el colegio. La tarde le huele a pantalla de ordenador y a lejía. A las 21.00, cuando la señora de la limpieza se va huele a cerveza y con suerte, a pintura de dedos. A las 23.30 huele a porno barato y paja en el aseo, su mujer está cansada. A las 00.00 ya no huele a nada.

Sus oídos oyen y muy pocas veces escuchan. Se moldearon con palabras de menosprecio, de odio, gritos y órdenes. Con slogans de la radio.  Anuncios de teletienda; coches más nuevos, casas y tetas más grandes. Sementales octogenarios, viagra para todos. Urbanización nosequé con seguridad infinita novayaaserqueterobentodatumierda y entonces te veas débil y pequeño. Lavadora, secadora, cincomilrevolucionesminuto. El puré de tu bebé más trasgénico que nunca.

Y a veces también escucha palabras de amor. De 15.00 a 15.30, antena (insertar numero), telenovelas Venezolanas a la carta.
Y otras, son sordos. Los problemas a más de un kilómetro a la rotonda son mentira. Ciencia ficción. Ya lo resolverá algún perroflauta por mí.

[En este punto de la historia, todos los niños pasaron de la pena a la rabia. Indignados, casi sacan sus quechuas a la calle. Pequeños revolucionarios sin voz, ni voto. Siguieron con la disección horrorizados.]

Sus brazos son compactos y fuertes. 100 repeticiones, pesas de 3 kilos, 3 veces por semana. Sin alteraciones macroscópicas aparentes. Y en realidad, si. Presentan contracciones espasmódicas repetitivas. (En este momento todos nos callamos)  Tiemblan. Piden, en su idioma de músculo, MÁS ABRAZOS. Pero salen los peros, diciendo: pero es que no hay tiempo.
Al final de estos, se encuentran unas manos grandes. Grandes de querer abarcar todo. De ambición, y de puños que se cerraron por no conseguir TODO lo que quería. Puños que golpean mesas. También hay que decirlo, nunca golpea personas, aunque en su cabeza se lo imagina a diario. No consiguió ser el mejor de su promoción ¿Y qué? No hizo el gran viaje de su vida, ni vive en la ciudad que deseaba ni es su propio jefe. ¿Y QUÉ? No sabe que la solución no son puños, sino garras que arañen su rutina intentando cambiar cada día un poco. Palmas que acaricien.

[Aquí es donde los niños hacemos un llamamiento mundial escuchado por nadie: ADULTO, BUSCA NUEVAS METAS, CAMBIA, ENFÁDATE SI NO TE GUSTA ALGO, NO TE RESIGNES. PERO NUNCA ¡NUNCA! DEJES DE AMAR LO QUE TIENES Y MERECE LA PENA. Fin del comunicado. El mundo siguió dando vueltas equivocadas como siempre. Alguien se sentó encima de un cicle de fresa. Más hombres bombas recibieron llamadas, más sedantes en los hospitales. Nadie escuchó a los niños que predicaban verdades.] SIGAMOS.

Sus piernas está hechas de prisa, los nervios que las unían al cerebro decidieron suicidarse. Ahora son, completamente autómatas.
En la unión de la prisa se encuentra su sexo. Sexo rápido y robótico. Sexo homologadamente limpio. Aburrido.  Oculto, amordazado y censurado por algodón 90%, poliéster 10%. Triángulo de las bermudas, de lo que pasa aquí nunca se habla. POR DIOS, NO ES DECENTE. Invocarlo es pecado. Los hombres refinados desearían que los niños viniéramos directamente de parís. Y  creciditos.

Ya hemos visto suficiente fachada. Hacen falta demasiadas reformas para el poco presupuesto.
Nota: apuntalar todos los cimientos.

Decidimos abrir.
Para hacerlo bien empezamos por cavidad abdominal. Ahí está, hinchado y retorcido, el estómago. Realizamos una incisión a lo largo de la curvatura mayor exponiendo su contenido a la vista.  Un minuto de silencio, nunca habíamos visto tantas mariposas muertas ni tanto aborto de gusano. Según los restos, el amor murió de sobredosis de analgésicos y antiinflamatorios de última generación.
Lo más visceral, las ganas, agonizan saturadas entre la grasa de la comida. Sepultadas de kétchup y mostaza. La rebeldía y  la indomabilidad fueron domesticas a base de nudos de estómago y apagadas con remedios contra la acidez. Calla hasta las revoluciones de su propio cuerpo. Los órganos de alrededor han quedado irreconocibles, la infección se ha extendido.

Su cerebro, derretido a onda de wifi,  se encuentra desde hace muchos años en una continua guerra civil abusiva entre hemisferios hermanos. Los nervios ópticos se niegan a voltear más caras de famosos petados de bótox. Y ojalá Punset fuera celíaco.

Corazón simplemente, se ha cansado. Late lento y desacompasado. Arrítmico por el abusivo ritmo de un vida sin ritmológico sentido.  Aurículas oxidadas y doble contrachapado. Cansado de recibir sangre de un hígado que no filtra nada, riñones atascados de residuos metabólicos.
Corazón, cansado de bombear esperando un donante,un detonante.
Apagándose sin tener una razón por la que dar un vuelco,
odiándose por estar
todavía
intacto.




Diagnóstico definitivo: INFANTICIDIO.
A veces las vivisecciones son necesarias para darnos cuenta de toda la mierda que llevamos acumulada. Neoplásicos perdidos.





(*)Ningún adulto fue maltratado durante este proceso. No fue necesario, ya lo hicieron ellos solos.





-H-

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