Llegó al parque
hace 13 años, cuando yo solo tenía 9. Todavía me acuerdo.
Mis amigos y yo dedicábamos la
tarde a reparar camiones de juguete sin ruedas, muñecas sin cabeza o, a veces, puzles
incompletos. Pero lo que aquel día llegó a nuestras manos, definitivamente no
tenía arreglo, estaba roto por completo.
Nunca habíamos advertido nada
igual. Sí, todos los niños los habíamos visto antes (en casa, en la calle, en
el supermercado, en el colegio…) pero mirar a uno de ellos a los ojos nos causó
dolor. Un gran dolor al que no estábamos acostumbrados. La irremediable certeza
de saber que mirábamos de frente a nuestro futuro y no podíamos hacer nada para
cambiarlo. Aunque esto, todavía, no lo comprendiéramos del todo.
Venía arrastrado por la diminuta
mano de su hijo, el cual tiraba de él con prisa. Jadeando, cuando llegaron a
nuestra altura, el niño gritó con rabia “¡ES UNO DE ELLOS, ES UN ADULTO!”
El pánico se extendió desde los
bancos hasta más allá los columpios. Esto no era nuevo, hacía tiempo que
veníamos sospechándolo. La enfermedad de “crecer” o “madurar” como también es
conocida, se había extendido con rapidez por la ciudad. Los becarios de las
oficinas la contraían el primer día de trabajo. Los jefes de nuestros padres la
diseminaban en cada apretón de manos. Y dicen que los bolígrafos con los que se
firmaban contratos e hipotecas también eran la causa. Fuera como fuese era
nuestro deber investigar esta terrible plaga y llegar lo antes posible al fondo
del asunto.
…
Y lo que a continuación os muestro,
mis muy queridos lectores, es el informe definitivo que redactamos tras la
disección del adulto que allí se hallaba (*). Muchos niños desde entonces no
duermen por las noches, porque las grandes verdades siempre quitan el sueño.
Los mayores, lloran para deshacerlas.
<< […] El Adulto viste triste. Traje gris y corbata con un nudo
muy apretado, haciendo el papel de silenciador de carcajadas inoportunas.
Camisa blanca impecable, está claro, él ya no juega. Pantalones sin agujeros,
faldones muy bien metidos ahorcados por una correa. Zapatos brillantes de
betún, a conjunto con el asfalto. Nudos delicadamente simétricos.
Su olor es un horrible cóctel de suavizante, colonia, tabaco, whisky y sudor que más que asco da pena.
Tras la excarcelación de su propia armadura por parte de los bomberos, observamos que su piel es áspera y pálida, del tono de la ceniza. Uniforme, ni arañazos ni
heridas. “Todas las llevo dentro”, comenta.
Tiene una cabeza de dimensiones importantes adornada con un muy cuidado corte de pelo debidamente engominado. Localizamos
un mechón rebelde. Grita nervioso ¡Hay que cortarlo!
También encontramos algunos pelos blancos,
suponemos que fruto de su sabiduría. Él se avergüenza de ellos. ¿Cómo es
posible?
Los ojos. Los ojos están muy
enfermos. No brillan. Están atravesados por miles de rayos rojos, como si se
tratasen de pequeñas cicatrices acumuladas por ver cosas que no quería. Y se
nota, su mirada está sucia de tanto juzgar. De no mirar con respeto. Desenfocados
de mirar demasiado a los demás y muy poco a él mismo. [Quiéranse un poco] Y
también son opacos, porque ocultan tantas evidencias y tantas realidades…Opacos
por mentirse, por no aceptar. Las lágrimas de cavar surcos por sus mejillas
perdieron la ilusión. Y no es solo esto. Explota al ver el dinero (lo hemos
comprobado) y automáticamente empieza a salivar. ¿Acaso comerá billetes? Se lo
damos a probar. Lo escupe (cree que el
sabor de la especulación no le gusta), pero entonces, sus manos buscan
instintivamente coger el billete al vuelo. Sonríe [¡¿No sabe que las sonrisas no tienen
precio?!]
Sonríe y aún así es extraño. Su boca de delgados
labios, aún atisbando algo de alegría nunca deja de formar dos líneas paralelas
inexpresivas. Como si alguien todos estos años le hubiera reprimido sus más
puros instintos. La abrimos. Una oleada
de café y colillas nos echan hacia atrás. Es su aliño de la rutina. De la
aceptación y la conformidad.
Su cara tiene algunas arrugas en
el entrecejo, curvadas hacia abajo. Haciendo de refugio a la resignación de ser
quien los demás querían que fuera. Como le ordenaron que fuera.
Nariz: afuncional. Él quería que
su vida oliera de otra forma. 7.00 de la mañana: huele sudor. En el coche,
ambientador de pino (pinos que por supuesto hace tiempo que no ve). A las 8.00
huele a oficina y conforme se acercan las 14.00 vuelve a ser sudor. A las 15.00
llega a casa y huele a lo que sea, pero pre-cocinado. Sus hijos comen en el
colegio. La tarde le huele a pantalla de ordenador y a lejía. A las 21.00,
cuando la señora de la limpieza se va huele a cerveza y con suerte, a pintura
de dedos. A las 23.30 huele a porno barato y paja en el aseo, su mujer está
cansada. A las 00.00 ya no huele a nada.
Sus oídos oyen y muy pocas veces
escuchan. Se moldearon con palabras de menosprecio, de odio, gritos y órdenes.
Con slogans de la radio. Anuncios de
teletienda; coches más nuevos, casas y tetas más grandes. Sementales
octogenarios, viagra para todos. Urbanización nosequé con seguridad infinita
novayaaserqueterobentodatumierda y entonces te veas débil y pequeño. Lavadora,
secadora, cincomilrevolucionesminuto. El puré de tu bebé más trasgénico que
nunca.
Y a veces también escucha
palabras de amor. De 15.00 a 15.30, antena (insertar numero), telenovelas
Venezolanas a la carta.
Y otras, son sordos. Los
problemas a más de un kilómetro a la rotonda son mentira. Ciencia ficción. Ya
lo resolverá algún perroflauta por mí.
[En este punto de la historia,
todos los niños pasaron de la pena a la rabia. Indignados, casi sacan sus quechuas
a la calle. Pequeños revolucionarios sin voz, ni voto. Siguieron con la
disección horrorizados.]
Sus brazos son compactos y
fuertes. 100 repeticiones, pesas de 3 kilos, 3 veces por semana. Sin
alteraciones macroscópicas aparentes. Y en realidad, si. Presentan
contracciones espasmódicas repetitivas. (En este momento todos nos callamos) Tiemblan. Piden, en su idioma de músculo, MÁS
ABRAZOS. Pero salen los peros, diciendo: pero es que no hay tiempo.
Al final de estos, se encuentran
unas manos grandes. Grandes de querer abarcar todo. De ambición, y de puños que
se cerraron por no conseguir TODO lo que quería. Puños que golpean mesas.
También hay que decirlo, nunca golpea personas, aunque en su cabeza se lo
imagina a diario. No consiguió ser el mejor de su promoción ¿Y qué? No hizo el
gran viaje de su vida, ni vive en la ciudad que deseaba ni es su propio jefe.
¿Y QUÉ? No sabe que la solución no son puños, sino garras que arañen su rutina
intentando cambiar cada día un poco. Palmas que acaricien.
[Aquí es donde los niños hacemos
un llamamiento mundial escuchado por nadie: ADULTO, BUSCA NUEVAS METAS, CAMBIA,
ENFÁDATE SI NO TE GUSTA ALGO, NO TE RESIGNES. PERO NUNCA ¡NUNCA! DEJES DE AMAR LO
QUE TIENES Y MERECE LA PENA. Fin del comunicado. El mundo siguió dando vueltas
equivocadas como siempre. Alguien se sentó encima de un cicle de fresa. Más
hombres bombas recibieron llamadas, más sedantes en los hospitales. Nadie
escuchó a los niños que predicaban verdades.] SIGAMOS.
Sus piernas está hechas de prisa,
los nervios que las unían al cerebro decidieron suicidarse. Ahora son,
completamente autómatas.
En la unión de la prisa se
encuentra su sexo. Sexo rápido y robótico. Sexo homologadamente limpio.
Aburrido. Oculto, amordazado y censurado
por algodón 90%, poliéster 10%. Triángulo de las bermudas, de lo que pasa aquí
nunca se habla. POR DIOS, NO ES DECENTE. Invocarlo es pecado. Los hombres
refinados desearían que los niños viniéramos directamente de parís. Y creciditos.
Ya hemos visto suficiente
fachada. Hacen falta demasiadas reformas para el poco presupuesto.
Nota: apuntalar todos los
cimientos.
Decidimos abrir.
Para hacerlo bien empezamos por
cavidad abdominal. Ahí está, hinchado y retorcido, el estómago. Realizamos una
incisión a lo largo de la curvatura mayor exponiendo su contenido a la vista. Un minuto de silencio, nunca habíamos visto
tantas mariposas muertas ni tanto aborto de gusano. Según los restos, el amor
murió de sobredosis de analgésicos y antiinflamatorios de última generación.
Lo más visceral, las ganas,
agonizan saturadas entre la grasa de la comida. Sepultadas de kétchup y
mostaza. La rebeldía y la indomabilidad
fueron domesticas a base de nudos de estómago y apagadas con remedios contra la
acidez. Calla hasta las revoluciones de su propio cuerpo. Los órganos de
alrededor han quedado irreconocibles, la infección se ha extendido.
Su cerebro, derretido a onda de wifi, se encuentra desde hace muchos años en una
continua guerra civil abusiva entre hemisferios hermanos. Los nervios ópticos
se niegan a voltear más caras de famosos petados de bótox. Y ojalá Punset fuera
celíaco.
Corazón simplemente, se ha cansado. Late lento y
desacompasado. Arrítmico por el abusivo ritmo de un vida sin ritmológico
sentido. Aurículas oxidadas y doble
contrachapado. Cansado de recibir sangre de un hígado que no filtra nada, riñones
atascados de residuos metabólicos.
Corazón, cansado de
bombear esperando un donante,un detonante.
Apagándose sin tener una razón por la que dar un vuelco,
odiándose por estar
todavía
intacto.
Apagándose sin tener una razón por la que dar un vuelco,
odiándose por estar
todavía
intacto.
Diagnóstico definitivo: INFANTICIDIO.
A veces las vivisecciones son necesarias para darnos cuenta de toda la mierda que
llevamos acumulada. Neoplásicos perdidos.
(*)Ningún adulto fue maltratado durante este proceso. No fue
necesario, ya lo hicieron ellos solos.
-H-
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