martes, 21 de abril de 2015

Terapia para los hijos del psicólogo V.


Mis ideales nunca serán personas.


“…trato de encontrar la electricidad estática en mi apartamento, cavo alrededor de las tomas en la pared, cambio bombillas con los dientes y lo hago con la tostadora.”




Me recito en un enfermo monólogo interno la poética de mi fragmentación.  Lamo los bordes astillados y agrios de mi cuerpo dándome pena. Ahora, me repugna lo afilado y seco de mi piel. La impasividad ceniza con la que miro el tiempo. Finjo ilusión por algo y utilizo muchos iconos de mierda y luego soy todo ovillo de miedo. Incapacidad. Una boca entreabierta intentando murmurar muy planificadas frases-arcada que atascan la tráquea. Megáfonos resonando en mi cabeza voces de alarma.

<< ¡No lo llevas nada bien!>>

 Me repito palabras que giran como un roedor en su rueda, como una lavadora con Parkinson centrifugando en el centro de mi masa encefálica. Siento un cavernícola deseo de suplir esta necesidad impuesta de sentirme parte de un todo.

Me esfuerzo, me lleno de algodón inofensivo y soy oveja. Recorro obediente el circuito de Ikea. Soy buena, sigo las flechas, robo lápices diminutos. Las grandes superficies me hacen sentir segura: No me siento especial para nadie. Formo parte de un ejército zombi de familias mileuristas donde la libertad se limita a decidir en qué gastarán el dinero, mes tras mes tras mes tras mes. Máquinas de estado consumiendo conglomerados-morfina a precios competentes.

Hombres suecos sonrientes me venden camas de matrimonio. Camas continente y ring de boxeo. Camas cumplidoras de sueños. Sexo viscoelástico de proporciones desmesuradas. Les miro y les digo que la masturbación en un colchón de noventa aún me seguiría quedando grande. Que a mí una cuna porque hoy me siento guisante.

Me propongo huir muy lejos, pero a las agencias de viajes mi unidad les aterra y me cierran las puertas mientras niegan con la cabeza y forman el gesto de victoria con sus dedos. Como consecuencia pago el doble por conseguir un viaje al centro de mis tierras. Me descubro volcán. Todo viscosidad ardiente por dentro, inestabilidad burbujeante, descontrol en punto de ebullición. Por fuera, inevitable piedra metamórfica y fría recubriendo un metro cincuenta y poco de tierra.

Me desfiguro por el día, martilleándome a la fuerza entre mujeres pieza, intentando formar parte de un puzle que ni siquiera sé si me gusta.
Hago cosas de psiquiátrico y aún así soy la tía más interesante que he conocido. Mantengo una relación conmigo más o menos estable. Me quiero y me pongo. Deseo muy fuerte que la del espejo se haga real y salgamos fuera a besarnos (porque qué bien nos besaríamos) a traumatizar al resto del mundo con nuestro romance clónico.
Así que ante la imposibilidad de este absurdo, acumulo amor en el stock de una trastienda llena de arañas y me tambaleo en la ataxia de no saber cuál será mi próximo movimiento.



-H-

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